Cultura

También estuvo en el Patria

¿Otra de jesuitas? ¿Y ahora resulta que el Hombre Araña también estuvo en el Patria?— pregunta el camaleón peripatético en el cuarto donde escribo como quien habla de “una de vaqueros”. Se refiere a lo siguiente. Hace años, cuando estrenaron La misión, la película sobre los evangelizadores jesuitas durante los siglos XVII y XVIII entre los guaraníes, Rafael Pérez Gay llevaba rato entre sorprendido y frito por la cantidad de periodistas, escritores y hombres públicos que habían estudiado en el hoy extintísimo Instituto Patria, la escuela de jesuitas en la Ciudad de México. Luego de ver La misión y a quien actuaba en el papel principal Pérez Gay me dijo en las oficinas de la revista Nexos (o no sé si, en ese entonces, las otras oficinas de Nexos: el restaurant-bar Xel-há): “Uta. Ahora resulta que Robert de Niro también estuvo en el Patria”. De ahí que el actor Andrew Garfield, reciente Hombre Araña, haya ido también al Patria: es el jesuita portugués Rodrigues, personaje principal de Silencio, la película de Martin Scorsese sobre los mártires cristianos en Japón durante el siglo XVII—. ¿Qué tal está, al menos? Y no me vengas con el último refugio del espectador canalla: decir que la fotografía es magnífica.

—Mi problema es que a esas películas yo las leo como documentales. Todo lo que tenga que ver con jesuitas me concierne al grado de que en los 1990 la Bióloga Soto y yo leímos la novela en que se basa la película, y que por cierto se la oí recomendada al escritor Ricardo Garibay: Silencio de Shushaku Endo. Por supuesto que ya no la encontré al buscarla en mis libreros estos días. Lo que sí encontré es un párrafo del historiador Jean Lacoture al comienzo de su Jesuitas (2 tomos, Paidós, 1993). Aquí estoy yo, camaleón, y supongo que varios con un historial de educación jesuítica: “(Este libro) está escrito por un laico empapado de cultura cristiana, modelado, hace ya medio siglo, por nueve años de formación en un colegio de ‘padres’. ¿Impronta indeleble? El autor no lo cree así. Pero ¿quién se atreve a decir que esta formación no implica prejuicios, reacciones, reflejos? Puede uno esforzarse en dominar a los primeros o en regular a los segundos sin conseguirlo”.

—El capítulo de Lacouture sobre los jesuitas y el Japón describe cómo esa historia de misionero éxito inicial, que empezó en 1549 Francisco Xavier (el legendario fundador de la orden junto con Ignacio de Loyola), acabó en la persecución y el martirio. Podría decirse que la película de Scorsese empieza aquí: “A finales del siglo XVII, el Japón cuenta con 300, 000 cristianos. Pero la cabeza de cada jesuita tiene un precio de 500” (300 se dice en la película) “piezas de plata”. Jesuita vivo, ha de entenderse.

—Después, lo peor no era la muerte digamos por crucifixión sino mediante una tortura: la ana-surishi consistía en colgar de cabeza a la víctima “sobre una fosa llena de excrementos humanos”, y para evitar que muriera por agolpamiento de sangre en la cabeza “se le practicaba un corte en la frente” (atrás de la oreja, en la película) “por donde iba desangrándose poco a poco”. Esto viene en otro libro con el que podemos completar la historia. En Los jesuitas (Debate, 2005) escribe Jonathan Wright que en 1853 Japón llevaba prácticamente cerrado a la influencia europea dos siglos y medio “cuando se presentó una prepotente escuadra norteamericana en el puerto de Tokio para exigir la firma de un tratado. En los años siguientes los visitantes occidentales descubrirían allí unos 60,000 cristianos ocultos, kakure kirishtan, descendientes de los conversos que hicieron los jesuitas y las órdenes mendicantes en los siglos XVI y XVII. Los crucifijos habían pasado de mano en mano durante largos años; los ritos del budismo y del sintoísmo, adaptados de manera que fuese posible practicar en secreto las devociones cristianas”. Y lo más “imaginativo: la ubicua ceremonia japonesa del té adaptada también a fin de celebrar clandestinamente la comunión”. Qué maravilla, camaleón: comulgar té.

—Por último. Como el fotógrafo de Silencio es el mexicano Rodrigo Prieto he recordado que el primer santo mexicano, San Felipe de Jesús, fue mártir en Japón. Pero no iba a “aparecer” aquí: no era jesuita sino franciscano.

—¿Ah, sí? Pues también estuvo en el Patria. San Felipe de Jesús estudió en el colegio de San Pedro y San Pablo, dirigido por los jesuitas en la Ciudad de México.

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Luis Miguel Aguilar
  • Luis Miguel Aguilar
  • lmacx@prodigy.net.mx
  • Ensayista, narrador y poeta. Ganó el Premio del PEN Club México 2010 por Excelencia Literaria, y el Premio del Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde, en 2014. Publica todos los martes su columna El camaleón peripatético.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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