El hecho de que un microorganismo esté sacudiendo al mundo desde las últimas semanas de febrero evidencia, como nunca antes, el carácter interdependiente de la entera historia del capitalismo.
Historiadores como Immanuel Wallerstein o Sergio Bagú investigaron profusamente sobre los orígenes de dicho sistema socio-económico en el siglo XVI, en el que los procesos de colonización y conquista generaron un constante tráfago de materias primas, cuerpos racializados, intercambios simbólicos desiguales, tecnologías y sistemas de movilidad que aceleraron la división internacional del trabajo, e hicieron eficientes los sistemas de explotación, de producción y comunicación.
Estas interconexiones han reproducido y fortalecido a lo largo de más de 500 años, relaciones de dependencia entre zonas periféricas y centros de poder, estos últimos casi siempre localizados en Europa y Norteamérica.
La llamada globalización, que suele ubicarse hacia la segunda mitad del siglo XX, no es sino el culmen de un proceso de larga duración que se hizo más patente tras la embestida neoliberal.
Ello significó comprometer la soberanía de los Estados-nación en favor del libre flujo de mercados y comunicaciones, y en detrimento de las garantías individuales, sobre todo en regiones periféricas, en los conurbados y zonas guetizadas de las capitales del Norte-global.
La actual pandemia por covid-19 revela el complejo andamiaje de un sistema que facilita la concentración de poderes y la polarización y despojo legal de recursos. La reproducción de esta dinámica concede privilegios a unos pocos, y corona al saber científico a cambio de invisibilizar otros conocimientos y formas de vida. Al respecto, hablaré aquí sobre dos problemáticas relacionadas con la movilidad del virus.
La primera tiene que ver con que se trata de un virus que se transmitió de un portador animal a nuestra especie, como también pasó con el SARS y el VIH. El virus covid-19 parece tener su origen en la venta de animales exóticos en mercados donde coinciden especies procedentes de distintos hábitats.
En el contexto del capitalismo rapaz, esos mercados representan la fragmentación y pérdida de numerosos saberes locales que antaño contribuían al equilibrio de los ecosistemas. Los cazadores furtivos podrían ser el último eslabón de esa debacle cultural, que es también ecológica. El capitalismo opera así: agrieta y extingue conocimientos milenarios, o se apropia de algunos en beneficio de otros dominantes, como es el científico.
En segundo lugar, la velocidad de propagación revela las relaciones de interdependencia en términos de privilegios. Fuera del caso chino, la enfermedad se empezó a esparcir con rapidez en zonas ampliamente turistificadas, en centros de negocios y de placer por Europa. Se hablaba de un virus que atacaba a blancos, aunque sólo evidenciaba privilegios: el “libre” tránsito entre fronteras que conceden visados y pasaportes, el derecho a disponer de tiempo y a decidir sobre dinámicas empresariales.
Quizás sea esta la razón por la que hoy los Estados Unidos rebasen a China en el número de infectados. En días recientes el virus comenzó a esparcirse en su etapa “comunitaria” en zonas periféricas, como el Caribe, Centroamérica, Sudamérica y África, casi siempre con mayor concentración en las ciudades grandes o en zonas fronterizas.
Lo anterior evidencia un tipo de movilidad con derechos neoliberalizados y otra más bien limitada pero indispensable, relacionada con la economía informal y la falta de derechos. Esta última constituye casi la mitad del empleo en México.
En esta lógica, decretar un estado de excepción no sólo otorgaría todo el poder a la fuerza pública y militar en un país donde éstos son generadores de violencia, sino que radicalizaría la pobreza. Se trata de un modelo inoperable para el caso mexicano y el gobierno aún no manifiesta de qué manera el “quédate en casa” protegerá y garantizará derechos (sanitarios, laborales, de vivienda) a quienes viven al día, o cómo atenderá a las mujeres, quienes quedan más expuestas a la violencia doméstica y la sobrecarga de cuidados, mientras el sistema judicial está en pausa.