Desde que el pasado viernes 10 de enero un pequeño niño de 11 años ingresó a su escuela, el Colegio Cervantes de Torreón, asesinó a una de sus maestras, hirió a algunos de sus compañeros y se suicidó, La Laguna no ha dejado de ser blanco de interés nacional e internacional. Pocos días después, un grupo de niños que jugaba en las calles de su colonia, en el sureste de Torreón, encontró un cadáver colgado y apoyado sobre una barda.
Los hechos no parecen insólitos si tomamos en cuenta que la normalización de la violencia tiene con nosotros más de diez años. Sin embargo, la niñez mexicana ha sido el sector de la población más vulnerable al conflicto que comenzó tras la llamada guerra contra el narco.
La omisión del Estado para implementar políticas públicas que contribuyan a proteger y defender los derechos de niñas, niños y adolescentes ha sido sistemática.
La Red por los Derechos de la Infancia (REDIM) señala que en 2008 los homicidios de personas entre 0 y 17 años de edad alcanzaron las 852 defunciones, mientras que entre 2015 y 2019 se registraron 4 mil 664 víctimas. Más de la mitad de la infancia mexicana vive en condiciones de pobreza (CONEVAL, 2019) y, según el estudio niños, niñas y adolescentes víctimas del crimen organizado(CNDH, noviembre de 2019) se estima que la tasa de personas menores de edad víctimas del crimen organizado corresponde a un 20 por ciento por cada 100 mil.
Tras los sucesos, no faltaron los periodistas que, incurriendo en violaciones a los derechos elementales, levantaron testimonios de testigos menores en estado de shock.
Desde el fin de semana, padres y madres de familia reclamaron la instalación de detectores de metales y apoyado el “Operativo mochila segura” que la SEP ha implementado transgrediendo la recomendación 48/2019 emitida por la CNDH, que exhorta a no adoptar medidas de combate al crimen organizado que involucren a la infancia.
En varias ocasiones escuché decir que una revisión hubiera prevenido la tragedia. La realidad es que, de no haber sucedido esto en una escuela, el horror protagonizado por un infante nos estaría increpando de cualquier forma.
Ante todo el miedo y dolor, no ha habido momentos para hacer a un lado las interpretaciones apresuradas y reflexionar, llorar, vivir este duelo, el de un niño, de nuestros niños y nuestra sociedad que se pudren.
Imperan, eso sí, explicaciones que simplifican un “nosotros” los “buenos” y un “otros” los “malos”un conflicto que ha ido deteriorando drásticamente nuestras relaciones sociales elementales.
Una evidencia es el trazo urbano “guetizado”, esto es, el crecimiento desproporcionado de vivienda en fraccionamientos cerrados que responde a una lógica del miedo y la desconfianza.
¿Qué representa ese niño hoy en la sociedad lagunera, en México? Ese niño es todos nuestros niños dejados a la suerte de la delincuencia, el narco y la negligencia del Estado; abandonados a las relaciones cómplices con quienes, se sabe, lavan dinero, esquivan la ley, participan del tráfico, que no sólo es de drogas.
¿No será que impera la evasión de una realidad profundamente violenta? Nuestros niños y niñas, ¿dónde quedan en todo este individualismo e hipocresía de las “buenas costumbres”?, ¿dejados a la suerte de la manipulación de las armas y la soledad?, ¿extraviados del deseo de vivir?, ¿expuestos a la indefensión de sus calles o la ficción de los “guetos”?, ¿entregados a la negligencia del Estado? La violencia y la vulnerabilidad de la niñez atraviesa todas las capas de la sociedad.
El apoyo al “Operativo Mochila Segura” o la petición de instalar de detectores de metales en escuelas parecen reacciones connaturales a una sociedad adultocéntrica e indolente, que poco ha cuestionado qué hacer desde y para la infancia, desde y para el derecho al juego, la imaginación,a una vida sin violencia.
¿Por qué mi hija tiene que decirme: “mami, van a revisar mi mochila en caso de que traiga armas”?, ¿En qué momento de todo este largo duelo que ya parece eterno llegamos a facultar la presunción criminal de los menores en sus escuelas?, ¿En qué momento se disipó la capacidad para sentir empatía y compasión por nuestros niñas, niños y adolescentes, de quienes es el presente y el futuro?