Política

La belleza del caos

Visité Fez, capital del Islam en Marruecos y una de sus ciudades imperiales junto con Marrakesh, Mequinez y Rabat. La medina Fez-el-Bali —la ciudad antigua amurallada— ha sido declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco y con sus más de 9 mil callejones es la zona peatonal más grande del mundo. Me recomendaron perderme en sus calles y conocer sus maravillas. Entré por una de las 12 puertas de la ciudad amurallada; las callejuelas semejan pequeños pasillos y, en algunos de ellos, hay que caminar de lado debido a una estrechez que cierra la visión del cielo. En un momento perdí el sentido de la orientación y reparé que nunca encontraría la salida. Sufro de claustrofobia y me habitó una opresión conocida: la angustia ante el misterio de la escapatoria, me faltó el aire y me encontré desubicada y vulnerable. Cada calle era tal que se bifurcaba en otra y en otra, una multiplicidad al infinito y en ese incalculable espacio la pequeñez propia se me reveló sin pudor. 

Fez es un sitio inextricable y sin un guía jamás podría atinar a salir; el sentido de confusión fue tal que tuve la impresión de perderme en un laberinto y a la vez en muchos: el físico, el interno, el de Borges, los de Umberto Eco. Me imaginé siendo arrastrada por el laberinto físico de la ciudad: el idioma (laberinto de las lenguas), las costumbres y los conceptos de vida tan distintos a los míos podrían tragarme y yo sin un hilo como el de Teseo, confiada por completo en Khalil —el fasí que en vez de comunicarse claramente con la palabra lo hacía a través de la sonrisa y de unos ojos amables y amorosos que profesaban una admiración manifiesta. El desconcierto del laberinto físico me hizo caer en el laberinto rizomático —aquel donde cada calle puede conectarse con cualquier otra, donde no hay centro, periferia ni salida porque es potencialmente infinito— el territorio donde conjeturamos acerca de nuestros propios enigmas internos, los grandes acertijos y las angustias existenciales y espirituales: ¿por qué estoy aquí? ¿para dónde voy? Y la confusión y las contradicciones secuestran el cuerpo y el alma, se desatan las voces interiores y aparece un coro que sólo canta preguntas. Aquí llegué al cenit de la zozobra —y a la vez de la experiencia—, Fez no sólo me había hecho experimentar aquello de perderme en sus calles sino que había reconocido mi propio laberinto: esos recovecos internos que no tienen fin y que asustan más que no conocer el camino de salida de las murallas físicas. En un instante de paciencia y lucidez personal relajé los músculos y los miedos dejándome conducir por lo que estaba viviendo.

Al atardecer, Khalil, mi Virgilio fasí, me invitó a su casa a romper el ayuno (desayuno) del ramadán a punta de higos y leche. 

Cuando caemos en un miedo profundo a veces sólo necesitamos hacer una pausa, respirar hondo y abrazarnos a nosotros mismos para descubrir que hay cierta belleza en nuestro propio caos —una de cascada, resbalosa— y que merece la pena hacerle la paz.


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Ligia Urroz
  • Ligia Urroz
  • Nicaragüense-mexicana de naturaleza volcánica. Transita entre la escritura, la música y el vino. Sommelier de vida. Publica su columna Desde el volcán los viernes cada 15 días en la sección M2.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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