Coahuila ha perdido a dos mujeres entrañables por su lucha y activismo social a favor de los derechos humanos y la participación ciudadana: Rosario Ibarra de Piedra, nacida en la entidad y pionera en la defensa de los derechos humanos de personas desaparecidas en México, y Patricia Vargas Bryan, originaria de Sonora, reconocida en la Comarca Lagunera por su labor en la exigencia de transparencia y rendición de cuentas a los gobiernos locales.
En una entidad afectada por la violencia criminal y la corrupción que se ha ejercido durante décadas, donde los colectivos de personas desaparecidas han reclamado una práctica sistémica que no se ha frenado ni se ha atendido de forma inmediata y efectiva por parte del Estado, liderazgos como los ejercidos por ellas, harán mucha falta para fungir como un importante contrapeso del poder público.
Sus diferencias tanto en sus causas como en su personalidad y en su posición política son notables, pero sus coincidencias hacen que su ausencia física deje un vacío difícil de llenar en la activación civil.
Pocas como ellas para alzar la voz y encarar con valentía al poder público, sin importar el nombre, el cargo o la posición social de quien ostentara el cargo.
Las dos fueron una piedra en el zapato para muchos servidores públicos que pretendieron denostar su trabajo y así evadir sus responsabilidades.
Fueron mujeres capaces de transformar su indignación en fuerza para la articulación social con otras afines a sus luchas, a las cuales guiaron y también buscaron empoderar.
Pese a la complejidad de sus denuncias y los pocos avances en el cambio social que seguramente soñaron, tuvieron la fuerza interior para vivir con pasión y entusiasmo un activismo que contagiaba.
Con figuras como ellas, cruzarse de brazos no era opción.
Las vamos a extrañar, su andar nos abrió brecha. Nos acompañarán para siempre con su gran arrojo y pasión por el quehacer político desde la mirada y las fortalezas femeninas.
A ellas, gracias.
