El terrorismo no es el sinsentido, la locura sin explicaciones. Por el contrario, responde siempre a razones podridas y a una percepción de la realidad burda, maniquea, pero su lógica, una lógica de circuito cerrado, blindada a la evidencia, es inapelable, e incluye el cálculo frío, racional, de que convencer a los ciudadanos de que el terror no tendrá límites —esa crueldad aparentemente irracional que acabamos de ver— es una estrategia eficaz.
Estoy a años luz de experto, pero esto lo aprendí durante mis días madrileños, cuando trabajaba en Letras Libres. Días tristes. Estaba la amenaza de ETA. Y estaba el terrorismo islamista. Llegué a Madrid un par de meses después del 11-S. Allá viví los atentados de Atocha y de Londres, y me acostumbré a leer sobre el tema como forma de defensa: articular el terror en un relato documentado ayuda a procesarlo. Y no faltaba qué leer. Por la revista pasaron Jon Juaristi y Patxo Unzueta, para ayudarnos a entender la aberración del nacionalismo vasco, y ahí conocimos a Gilles Kepel, Ayaan Hirsi-Ali o Bernard Lewis, para el islamismo. Sin mencionar a Antonio Elorza y Fernando Reinares, que se conocen al dedillo ambos temas.

O a un heterodoxo que nos ayuda a entender la compleja dimensión individual del terrorismo. Lo habrán experimentado: preguntarse qué carajo tiene que pasar con una persona para que decida inmolarse en un tren o crucificar a un apóstata. Yasmina Khadra ofrece respuestas. Militar argelino nacido Mohamed Moulessehoul, peleó contra el Grupo Islámico Armado, famoso por su costumbre de decapitar bebés. Luego eligió un nombre de mujer y se dedicó a escribir novelas. Fuerte, lúcida obra la suya. Recomiendo Lo que sueñan los lobos, la sombría crónica de un actor frustrado y arrogante que termina convertido en terrorista.
Khadra ayuda a desmontar unos cuantos mitos. El primero, que hay una relación directa, necesaria, entre el terrorismo y la pobreza. Su personaje proviene de esas burguesías mediocronas, venidas a menos, con una pátina de cultura, un mundo de resentimiento en el alma y una cosmovisión simplista, que también dieron pie al nazismo o a los jemeres rojos. Como para reforzarlo, dice el Instituto Elcano que una cuarta parte de los yihadistas españoles tiene ciertos estudios universitarios, y que la cifra se duplica en el Reino Unido. Pero aceptar esta evidencia requiere evitar la corrección política. Ser un cínico, en la definición de Ambrose Bierce: quien ve las cosas como son, y no como deberían de ser.
Más que nunca, hoy hacen falta cínicos.