Política

Familia y decadencias

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  • Julio Hubard

Notable lo vieja que se ha puesto la clase política. Casi por ningún lado se ven jóvenes en posición prominente. Y el espíritu juvenil de las esperanzas de la izquierda parece desierto. No me interesa arbitrar la pertenencia a la izquierda —que siempre les dio por descalificarse unos a otros por aquello de ser, o no, izquierda verdadera o criptoderecha—, me intriga solamente lo viejos que son. No sorprende que la derecha se recargue en su gerontocracia. Tradicionalistas, conservadores (una derecha no conservadora es motivo de terror), les resultan de particular importancia la experiencia y el orden. Pero que la izquierda, siempre tocada, aunque sea de rozón, por el ánimo del cambio revolucionario, recurra a sus campeones de peleas pasadas es, por lo menos, peculiar. Quizá sea síntoma importante del desprecio de los jóvenes por las clases políticas y las instituciones democráticas. En elecciones recientes, la derecha ha ganado con disciplina generacional. Pero la izquierda se quedó sin los votos de los jóvenes. Brexit, Trump, por ejemplo. Si los jóvenes hubieran acudido a las urnas, el resultado habría sido distinto. Pero se abstuvieron. Sin darse cuenta, podrían estar iniciando una transformación histórica.

Es extraño porque ahora los jóvenes tienen formas de acceso a grandes capitales: un buen golpe con los nuevos medios y, en tiempo breve, pueden volverse riquísimos. En el mundo industrial de los dos siglos pasados, la riqueza estaba al fondo de un trayecto de esfuerzos y producción. Los ricos jóvenes eran solamente los herederos. Y los capitales crecían conforme sus capitalistas envejecían. Los jóvenes tenían que irrumpir de modo estentóreo, rijoso, pugnaz, para acceder a la propiedad y participación de los bienes de producción. Ya no: la historia cambió.

No es raro que un régimen totalitario imite las formas de las monarquías. Raúl, en Cuba, los Kim en Corea Norte. Pero hiede a fracaso que eso suceda en las sociedades liberales. Según Piketty, la concentración de la riqueza es la mayor causa de alarma de nuestra época. Igual que la económica, la concentración del poder indica esclerosis. Además de viejos, son los mismos. Por acá y allá, parece que las democracias se volvieron empresas familiares: esposas, hermanos, hijos. Democracias de parentela. Casi no hay proceso electoral que no tenga en posición fuerte a un familiar. Ahora le toca el reflector a Marine Le Pen (abril puede ser el mes más cruel), hija de... sí, aquel señor. Pero véase: Hillary, la esposa; los Bush, Trudeau, el hijo; el matrimonio Kirchner, la hija de Fujimori, en Perú; en México, Margarita Zavala quiere ser presidenta... en fin: larga lista de ubicuas parentelas.

Los jóvenes no participan porque no los dejan y porque no quieren. Por eso han abandonado el juego a su propia suerte y a sus Brexit y Trumps. Veremos qué pasa con Marine Le Pen, para completar el trío de las derechas nacionalistas. Estados Unidos, Inglaterra y Francia iniciaron la modernidad del mundo que aún creemos actual. También con ellos podría venirse abajo una apuesta que, lenta y torpe, valía la pena: democracias liberales, derechos humanos, libertades civiles. O pudiera ser que los jóvenes y los desentendidos de la participación estén preparados para sobrevivir al colapso de unos sueños viejos y tengan algo mejor que proponer. Pero ¿saben escribir, pensar, imaginar y transmitir algo más que memes y selfies?

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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