En mi vida como periodista no había conocido a un político mexicano que atrajera tanto la atención de quienes simpatizan con él, como tampoco el rechazo –los menos- de quienes le escupieron toda clase de denuestos y maldiciones desde años atrás y no solo durante este sexenio que concluye el próximo lunes a las 12 de la noche.
Andrés Manuel López Obrador termina su etapa como presidente de la república, en medio de una aprobación de más del 70 por ciento.
Pero, ajenos a los números, que nunca serán un reflejo fiel de la realidad que circunda a los políticos, su trayectoria lo blindó contra viento y marea, aguantó verdaderos bombardeos, tsunamis, cargamentos de rumores, chismes, insultos, descalificaciones, mentiras, mentadas de madre, burlas, palabras altisonantes… sus opositores, en el sector privado, en las dirigencias y militancias de los partidos de enfrente, portavoces de iglesia católica, afamados columnistas de “medios nacionales” y columnistas aficionados de medios provincianos o en las universidades, de intelectuales pegados al erario, nunca le aboyaron de manera significativa su administración.
La oposición en México, al ganar Morena en 2018 la presidencia del país, fue incapaz de plantear una fórmula capaz de ablandar ni menos de tirar a López Obrador.
Solo lo criticaron por esto y lo otro, por asuntos mínimos o delicados, por su acento, por su origen, porque prefirió a los pobres (lo que hizo desde décadas atrás), por su cabello cano, porque le dio voz a sectores antes enmudecidos, porque aglutinó alrededor de él a personajes señalados de corruptos, pero también porque apoyó a la gente joven y a los mayores.
La vida política de AMLO, que empezó en el PRI, es una historia de aciertos y errores, de medidas fallidas y estrategias exitosas.
Una historia humana de un hombre cuestionado hasta la saciedad al que nadie frenó en su objetivo de ganar por la vía de los votos la presidencia nacional.
Su gran arma fue abrazarse con el pueblo, con la gente trabajadora, con los desposeídos, con los ninguneados, con los sin nombre, con heroínas y héroes anónimos que día a día sobreviven sin saber para qué viven pero que ahí andan, ahí están.
Y él los escuchó, los abrazó, les habló cerquita con un lenguaje llano, realista.
Les tocó el corazón, los sentimientos, las fibras de la emoción.
No sé si López Obrador sea el único político mexicano vivo que más conozca el territorio nacional, de arriba abajo, que cita los nombres de capitales y ciudades, que igual lo hace con los pueblos, con los ejidos, con las regiones más apartadas y empobrecidas de nuestro país.
Necesariamente lo iban a respaldar.
Y quedó demostrado cuando esa oposición pretendió desaforarlo en el sexenio foxista. Fracasaron.
La gente se manifestó de manera tumultuosa y las autoridades de entonces tuvieron que echar reversa. Su 4T, la llamada cuarta transformación, ha cimbrado las bases estructurales de México.
Seis años de estar machacando con su idea transformadora, de decir y decir cosas que dieron la nota para la prensa grande y chiquita en las redes sociales.
AMLO tendió trampas, tejió redes, su habilidad comunicativa complicó cualquier esfuerzo de los partidos opositores y sus rivales a los que diseccionó desde sus entrañas.
A la prensa la desnudó, e igual a conocidos comunicadores –no necesariamente periodistas- (mujeres y hombres) quienes desde su arribo al cargo durante los 2 mil 190 días del sexenio le aventaron a la cara lo que les era posible, cierto o falso. Nada les funcionó.
Andrés Manuel López Obrador pasará a la historia. Para unos, habrá sido un gran presidente; para otros, el peor.
Lo cierto es que logró despertar conciencias y que en México, al menos durante el nuevo sexenio que inicia el martes, las cosas tendrán que ser mejores para todos.
No lo vencieron.