El pasado miércoles fue el tercero de seis informes que sobre la administración municipal habrá de convocar el alcalde Román Alberto Cepeda González.
El de esta semana representó, pues, la mitad de un prolongado mandato que ejercerá, un sexenio como al que aspira tener en Coahuila en su futuro político.
Está complicado. Por el PRI no creo. Y menos por otro partido.
¿Qué sucederá en los próximos tres años? ¿De qué seremos testigos en un ejercicio de gobierno caracterizado que los frecuentes exabruptos del presidente municipal? ¿Tendremos que aceptar y normalizar su conducta?
Si el señor alcalde no se ha enterado, si no tiene cerquita a alguien que le informe de lo que se publica en las redes sociales y en alguna partecita de la prensa coahuilense, en las que le va muy mal, lo señalan de todo, lo critican, lo hacen cera y pabilo y nadie, o casi nadie, sale en su defensa, pues pobre.
Sus colaboradores, incluso los más cercanos, prefieren hacen mutis para no desgastar su relación.
En lo personal he recibido comentarios escritos, telefónicos y audios en que a Román lo tachan con dureza y rudeza, lo crucifican porque, aducen, nomás no ha podido bien gobernar Torreón en lo que es su municipalidad y no solo ver los bulevares ni imponer obras que se ven pero que no funcionan ni están a la altura de lo que la población de veras requiere.
Mi querido Torreón no es visto en su dimensión por el alcalde, quien no camina ni en sus calles ni en sus destrozadas banquetas, no pone un pie en el área del tristísimo centro histórico, ni en segregada Plaza de Armas, ni siquiera va a algún evento de la nutrida actividad cultural del IMCE.
Lo del Centro Cultural del Norte lo anunció hace siete meses en tiempo electoral.
En firme, nada. ¿Ya está el proyecto ejecutivo de esa obra? ¿Concursarán los trabajos? ¿Sí costará cien millones de pesos su adecuación?
La crisis en la relación que mantiene con el gobernador Manolo Jiménez, que se comprobó con la inasistencia de éste a su informe, a la puesta en marcha de Villa Magia Coahuila, o al encendido del árbol navideño, por citar los más recientes eventos, son la evidencia de que Román no logra curar la herida que su egolatría le ha causado.
Su temperamento irascible lo ha llevado a no ver ni escuchar y mucho menos aceptar otras voces, otras ideas respecto a la cosa pública municipal, lo mismo discrepa con rectores y autoridades universitarias (privadas), que con las mujeres a las que su intolerancia y exquisitez ha violentado una y otra vez, no pone orden en su personal policíaco y de vialidad desatados como nunca con imponer infracciones a diestra y siniestra (largas filas –y quejas- de automovilistas y motociclistas acuden a pagar multas de lunes a sábado), hierba y basura por todos lados,
Su informe de mitad de sexenio fue para unos cuantos, los de siempre, los de las primeras filas con traje y corbata y vestidos elegantemente y con rostros obligados al fingimiento.
A la prensa la encerró, literal, para que fuese testigo de su informe en pantallas.
Puso café y galletas “a los reporteros muertos de hambre”, como les espetara una ex primera regidora en tiempos del hoy testigo complaciente del informe de Román, Jorge Zermeño.
En fin, tan rutinario como ordinario.
Eso sí, la difusión de que Torreón siempre puede está a todo lo que da.
Es la costumbre de lo zafio, de lo innecesario, de lo costoso, del teje y maneje de los recursos públicos en una gestión falta de sobriedad, de tino social, de un estilo de ser alcalde irreflexivo y meramente figurativo, errado.
Y todo mundo lo dice, en silencio, pero lo dicen en la misma Presidencia, en los cafés, en las universidades, en las cámaras, en el mismísimo PAN, en la cantina.
Entre colegas. Y en Saltillo.