En absoluta soledad. Solos y su mente abandonada. Solos y su mente alterada. ¿Piensan? ¿Qué piensan? Solos y sin nada de nada en las manos y en su estómago.
Van vacíos. Solos y su alma.
La ciudad, Torreón, se ha transformado y así se observan: solos. Aparentemente no son nadie, aunque con seguridad tienen nombre y apellidos.
Pero, ¿quiénes son? ¿Dónde viven?
¿Dónde nacieron? ¿De qué familia salieron? ¿Qué hacen además de ser parte del paisaje urbano? Los veo en el llamado Centro Histórico, mero eufemismo.
Pero también en cada vez más rumbos de la ciudad, por el poniente, por el oriente, por el sur. Por el norte, no. Hay exclusividad.
Fieles al costumbrismo, los vemos, si es que los vemos, por costumbre, como parte ya de una normalización de lo injusto, de lo que no debiera ser y es. Sí, es una actualidad desordenada, poco amable, más bien desorganizada.
Una etapa gris, nublada en el contexto que atraviesa la ciudad, la población, el habitante de “Mi querido Torreón”, de “Torreón siempre puede… más”.
Me refiero a mujeres y hombres, jóvenes y ya mayores, que caminan, que deambulan, que transitan sobre calles y banquetas de la ciudad perdidos en su propio mundo.
Sí, ellas y ellos que no pueden ocultar su situación extrema de pobreza.
Sí, ellas y ellos que pasan frente a uno y nos dejan su rostro, su mirada, su presencia real y abstracta. Sucios, harapientos, descalzos, semidesnudos o con pantalones, camisas, blusas, faldas y zapatos casi en extinción.
Para gente exquisita, ellas y ellos son lo último de la escala social: son escoria humana. Pues, ahí están, y son muchos seres humanos en esa condición ya en Torreón.
Con hambre en el estómago, pero también –quiero creer- hambre en el corazón, en el subconsciente.
Ellas y ellos son una realidad que también es de la ciudad. Y nos atrapa en la diversidad urbana que vivimos, en la ausencia de acciones humanitarias y la falta permanente de políticas públicas sensibles.
Ahora se habla de una preocupación por la salud mental derivada de la conducta de niños y jóvenes por incidentes que impactan a una opinión pública morbosa y sometida por el bombardeo de tanta vaguedad en redes y medios de comunicación.
¿Salud mental? Habría que hablar de la salud mental de determinados personajes en el municipio, a quienes protagonizan y “dan nota” a los medios, al chisme, a los rumores, a las frecuentes y desafortunadas declaraciones que hacen.
¿Salud mental? Sí, pedir que esas personas con un poder político y por lo tanto público, en los gobiernos, en universidades, en sindicatos, sean valoradas en sus facultades, en sus trayectorias.
Que su pensamiento, y más su actuar trastornado no se reduzcan –si acaso- a las páginas de los diarios o en los noticiarios de radio y televisión –si acaso-.
Los últimos días en Torreón llaman la atención y exigen una lectura sociológica, una narrativa objetiva, crítica, que sea capaz de construir las experiencias de las que somos protagonistas directos e indirectos y que han irrumpido con fuerza por la decadencia política y gubernamental y que nos parece solo un capítulo más o un espectáculo cuando la realidad es contundente: estamos mal y algo se fragua en mentes y pensamientos enfermos.
A diario, sí, todos, desde la niñez hasta la ancianidad, escribimos sin escribir miles de historias, son historias ocultas que se tejen en el pensamiento.
Pero hay de historias a historias y Torreón, que es el caso en esta columna, merece que el capítulo diario de la narrativa, de la crónica urbana, sea menos dolorosa, menos lamentable, que deje de ser la historia de los alterados con poder.
Y que, si no hay de otra, nos dejen las historias tristes de las personas que cité en la primera parte de esta columna.
Necesitamos tener alma para ser caritativos, todos, unos y otros.