Sociedad

Termina una década, comienza un reto histórico

  • Columna de Juan Manuel López Garduño
  • Termina una década, comienza un reto histórico
  • Juan Manuel López Garduño

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Una noche de invierno me llamó mi papá al comedor y pidió que me sentara a la mesa frente a un reloj de pared para enseñarme a decirla hora. No tenía muy clara su motivación hasta que poco después apareció en el árbol de navidad uno de los regalos más inolvidables que recibiría de él: un reloj. Aquel modelo tenía tres características que me fascinaban. Por un lado, los números y las manecillas eran fosforescentes y por otro tenía una rueda movible alrededor de la carátula para medir lapsos de tiempo. Inicialmente desconocía que uso podría darle a esa rueda pero me resultaba más entretenida que cualquier juguete. Para rematar, este reloj era resistente al agua, motivo obvio para meterme a la regadera con él.

Esa noche me la pase mirando cómo brillaba la carátula en la oscuridad. Ansiaba regresar a clases para mostrarles a mis compañeros aquel dispositivo mágico. Pero antes, el segundero de ese reloj marcaría los últimos instantes de la década de los sesentas. Eran los tiempos en que Dylan afirmaba que la respuesta estaba soplando en el viento, Janis decía que la libertad era sinónimo de no tener nada que perder y que su destino, junto con el de Morrison y Hendrix fue no llegar a viejos. Muchos tampoco llegarían a viejos por la guerra de Vietnam, miles no llegarían siquiera a la adolescencia. Así, la primera década de mi vida quedó sincronizada con la rebeldía sesentera que tenía como bandera la paz y el amor y que no dudaba en manifestarse en las calles. Hacer el amor y no la guerra era la consigna.

A 50 años de aquella noche que marcaría mi forma de valorar el tiempo, me encontré hace unos días mirando cómo brillaba la última luna llena del año y de la década y me remitió a mi reloj fosforescente. Mi mente se llenó de reflexiones sobre el tiempo, sobre la forma en que me influyó la década de los sesentas y los medios de comunicación que le dieron proyección masiva a sus acontecimientos durante mi niñez. A sesenta años de que inició esa década, caracterizada por un espíritu inconforme con un sistema injusto, iniciará otro periodo de 10 años que será determinante para la historia de la humanidad.

Según la comunidad científica mundial, entre el 2020 y el 2030 se pondrá en juego la viabilidad de nuestro futuro por el calentamiento global. Considerando el tiempo como la variable que más influye en el comportamiento humano, según el sicólogo Philip Zimbardo, profesor emérito de la Universidad de Stanford, parecería que esta amenaza de 10 años debería ser motivo más que suficiente para que tomemos medidas urgentes. Sin embargo, a un año de que el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU fijó el 2030 como la fecha en la que estaremos al borde de una crisis ambiental de consecuencias fatales para la humanidad, el panorama es poco alentador: las emisiones de CO2 aumentaron en el 2019.

Para agudizar la tendencia al incremento de las emisiones de CO2, la revista Forbes publicó en estos días que la empresa petrolera Saudi Aramco se convirtió en la empresa más valiosa del mundo. Con su apuesta en las acciones de Aramco, los mercados establecieron una valoración de casi dos trillones de dólares a una empresa cuyas ganancias están asociadas directamente al aumento de las emisiones de CO2. Aunque suene descabellado, quiere decir que al iniciar esta década clave para nuestra existencia, una empresa dedicada a una actividad que atenta contra la vida en el planeta es la más valorada.

Al revisar esta lista de empresas encabezadas por Aramco, salta a la vista que las cinco que le siguen en valor de mercado están ligadas a actividades que provocan una adicción por el consumo instantáneo. El pensamiento a largo plazo que exige la sostenibilidad se vuelve casi imposible para una sociedad hipnotizada por hacer scroll en sus pantallas. Tanto Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon y Facebook sustentan el valor de sus negocios en la capacidad de lograr que hagamos clic para atrapar nuestra atención.

Al poner casi cualquier tipo de servicio o producto a un clic de distancia, estos gigantes de la tecnología digital han minimizado la fricción en el proceso de consumo para hacer más difícil posponer la satisfacción de nuestros deseos. Con cada clic que damos, cedemos una parte de nuestra existencia a los mandatos del imperio del algoritmo para que gestione nuestras necesidades afectivas y fertilice nuestros egos. Se pierde la tolerancia a la pausa. El tiempo se colapsa al poder estar presente digitalmente en todos lados y en ninguno. Existimos frente a quien sea y a la hora que sea mientras le den un “like” a nuestras ocurrencias. Dejamos de existir para los que están frente a nosotros.

A finales del milenio pasado, Giovanni Sartori escribió el libro Homo Videns, en el que argumenta que el hombre sólo cree lo que ve en la pantalla y plantea que las generaciones del futuro dependerán de ella para interpretar sus propias vidas. Retomando este planteamiento y viendo los alcances de la convergencia tecnológica que potencia la distribución de información, propongo definir esta etapa de la historia de la humanidad en la que vivimos como la Era del Homo Inmediático. Este personaje tiene un hambre insaciable por satisfacer los deseos que lo gratifican de manera inmediata. Seducido por el acceso 24/7 a contenidos, en su mayoría chatarra, se entretiene y abstrae del entorno que lo rodea. Busca satisfacer sus necesidades sociales, psicoafectivas y hasta íntimas interactuando en las redes sociales.

Homo Inmediático vive en el aquí y ahora, es un gran recolector de terabytes de entretenimiento. Conoce virtualmente lo que pasa en lugares remotos del planeta sintiéndose bien informado y consciente de los problemas del mundo. Sin embargo, depreda el espacio comunitario que tiene a su alcance por descuido egoísta, violencia o simple apatía. Así es como al terminar la segunda década del milenio, millones de nómadas digitales están atrapados entre la distracción global y la destrucción local, dejando de lado cualquier compromiso de largo plazo y mostrando una pérdida total de la noción del tiempo en el que viven.

Al iniciar la tercera década del milenio, se contará con 3,650 días para romper con la visión cortoplacista que impide al Homo Inmediatico actuar con la racionalidad ambiental que exige la sostenibilidad. En lugar de que dejemos que nuestra sobrevivencia se convierta en una carrera contra el tiempo por el calentamiento global, demos cuanto antes los primeros pasos en un maratón ecológico por la vida.

Gracias al regalo navideño que recibí de mi padre, a la media noche del 31 de diciembre de 1969 pude mirar cómo avanzaba el segundero de aquel reloj fosforescente para despedir una década caracterizada por una rebeldía esperanzadora. Por todo esto, al comenzar una nueva década, estoy convencido de que debemos enfocar nuestros esfuerzos en una educación para el desarrollo sostenible para que todo estudiante tenga claro el cómo y por qué hemos llegado a este momento crítico. Revisemos las lecciones de vida que nos ofrece la historia para que renazca el espíritu idealista de los sesentas. Aquella herencia rebelde tiene un valor innegable para la juventud que ahora está expresando su inconformidad entendible y necesaria. Si ser es ser en el tiempo, y el humano es lo que aprender a ser, aprendamos juntos a pensar a largo plazo para ser sustentables, desde hoy y para siempre.

Ojalá que algún día seamos recordados por lo que hicimos para conservar nuestra viabilidad como especie. Y que nuestro ejemplo sirva a futuras generaciones para hacer conciencia de la fragilidad de la existencia humana.

Ojalá que, sin demora, instrumentemos las acciones que nos permitan celebrar, a la media noche del 31 de diciembre del 2029, nuestra capacidad de tomar las decisiones correctas por el futuro del planeta.

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El autor es Director General de Edumundo 360, especialista en temas de educación y tecnología así como en el desarrollo conceptual de recursos interactivos para el aprendizaje

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