Santos está atrapado en el peor momento de verdad de su historia.
Ni cuando los serios problemas del descenso lo asediaban se encontraba tan mal.
Lo que nunca imaginamos que iba a suceder, está presente, es la verdad y la única realidad.
Es una época cruel, merecida, llena de abrojos y de enormes dudas por el futuro.
Entre España, Guadalajara y La Laguna, las feroces tendencias indican que esto no tendrá solución nunca.
Aquí no se trata de ser buena gente o de comprender al club porque ha invertido mucho; no. El tema central es la disposición para dejar de ser arrogante.
Fernando Ortiz no es el culpable, o lo puede llegar a ser desde el momento que no renunció desde antes de empezar el actual torneo o en la fecha seis.
Se creyó él mismo en hombre poderoso capaz de convertir las piedras en pan. Se engañó a sí mismo porque declaró sin fundamento desde el principio.
La empresa no le ayudó a establecer ciertos principios de verdad desde el inicio, trabajó casi como consigna divina y cuando menos lo esperó estaba atado de pies, de manos y de mente.
Le doblegaron su voluntad sin darse cuenta.
Los jugadores también tienen su grado de responsabilidad y culpa; todos sin excepción. No los trajeron amordazados pero su calidad es muy baja, apta para una división menor.
Ellos sólo obedecieron los ritmos que el presupuesto iba marcando.
La afición ha sufrido porque lo que creyó que era suyo y valioso se lo han arrebatado y desaparecido lentamente.
No se lo escondieron ni le avisaron; simplemente de manera abrupta ya no le pertenecía.
Ante tanta calamidad afuera del terreno, lo mejor es que la relación tripartita de equipos desaparezca para luego intentar otros momentos agradables, y de verdad.
Lo que hoy se tiene es molesto, a nadie entusiasma y provoca incomodidades.
Así es imposible e insoportable continuar la relación.