¿Seré un errático al dejar “momentáneamente” en un depósito reciclable la idea fija que mantuve años enteros gracias a la lectura de los textos clásicos? Triste comentario: se dice que la diferencia entre los humanos y los animales consiste en que los primeros somos felices al no saber ni el día ni la hora de nuestra propia muerte. Es muy posible. Los animales, en cambio, lo ignoran todo y por eso, también, son dichosos.
Al presenciar el final de nuestra mascota, el Pingo, he vuelto al recurrente pensamiento que me dicta “eso” que corresponde a los legisladores: la muerte asistida (en buen morir) cuando ya se ha agotado todo y no hay más por hacer.
Un grupo de médicos con obra importante acerca del asunto, ha comenzado a retomar la iniciativa para que ésta sea estudiada. En muchos países de Europa se ha aprobado luego de intensos debates. De manera asombrosa se suman sacerdotes y abogados a quienes une el mismo proyecto pero hasta ahora no hay visos de nada indicativo de un buen camino.
Me convenzo ya de que es inevitable no percibir la presencia de que algo se esconde bajo la niebla. No importa si se trata de hombres o animales. No noto aquí la inferioridad ni la superioridad de las ideas.
Es decir, sí existe en la sabiduría humana, cuando llega la madurez, que se está entrando a los terrenos de “lo que queda por vivir”. La experiencia propia y la ajena, me enseñan que es un “memento” en el que uno cambia proyectos y hábitos. Todo ciclo concluye, sin duda. Pero también a las mascotas las invade el mismo sentimiento, más aún cuando se les conoce a la perfección y se ha convivido cerca de ellas.
Yo miraba a Pingo caminar pausado, esforzándose. En las tardes dormía un poco aunque decidió ya no comer, fue como si se abandonara. Lo noté reflexivo (si ellos pueden reflexionar) quizá tomando conciencia de que se acortaba más y más el tiempo. Igual que los hombres ante “lo que queda por vivir”.
Los animales (me cuesta referirme a ellos así), las mascotas para mencionarlos humanamente, intuyen en la proximidad el túnel oscuro que atravesarán para volver a la luz. Así debe ser la muerte.
Lo recordaré como era. Escribí para él: “Pingo, todavía te veo (tu límpido pelaje blanco) en ese espacio tan vacío que has dejado) A 9.12.21.
Juan Gerardo Sampedro