Lo primero que le pregunto a Arturo Beristáin Bravo (Ciudad de México, 1952) quien ya tiene una buena taza de café de los Bisquets Obregón del Centro Histórico de la Ciudad junto con un postre gozoso, es por qué apela siempre a la analogía del actor como un torero que sale al ruedo a jugarse la vida en tres tercios. Su respuesta, a botepronto, es categórica: —“Porque el origen del teatro y del toreo tienen un lugar común en Creta. Luego porque un amigo de mis padres, José Gálvez actorcolombiano venido a México fue novillero. Entonces me enseñó a torear. Es decir, a saber templar. Con el paso del tiempo heredé los ayudados de torero de Pepe—”.
Saber templar, intención que va más allá del lugar común y que lleva al intérprete de personajes clave de la historia patria y literaria como Porfirio Díaz, Lázaro Cárdenas o José Revueltas, tanto en cine como en series de televisión, a recordar a Epidauro pero también al cuadro de actores, técnicos y asistente personal de Luis Buñuel que participaron en el filme El ángel exterminador (1962) donde su padre, LuisBeristáin, actuó por última vez.
—“A diez años de la película de Buñuel debuto al lado de Diana Bracho, Rita Macedo, Claudio Brooken El castillo de la pureza bajo la dirección de Arturo Ripstein quien fungió como asistente del director de origen español en aquella aventura. Además de filmar en el mismo set (escenario) y con el mismo staff (equipo de trabajo). Entonces…—”.
Sales de luces al ruedo y…
—“Al escenario... Y con muchas coincidencias entre Buñuel y Ripstein. Entonces me doy cuenta de la figura que sale a partirse frente al toro que es, el texto y el público, un juego de bifrontalidad…—”…
Sobre todo en el teatro, no.
—“Sí. Se torea a los dos—”.
¿Cómo es eso?
—“Por ejemplo al texto se le puede templar.El público entenderá si le das un buen pase. Aparece entonces el grito de todos, al unísono de: “Sea por Dios”. Quiero decir, el Óle. ¡Óle! Que no es más que la trama y urdimbre con la que respiras como actor. Allí viene encajado el asunto del corazón que late a cierta velocidad. El son del corazón de López Velarde que contagia al público y este responde porque provocas la Catarsis que proponía el teatro griego—”.
Mientras degusta su postre y da un sorbo al café, le recuerdo algunos pasajes de Tespis y de Solón sobre lo que conversa. Y más porque el actor griego fue un adelantado al gran coro de lectores, propósito que lo llevó a contagiar con su corazón al de los asistentes que vieron su osadía.
El también actor de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) que representará, dice, a Olimpo Palacios un bibliotecario que carga libros,en la obra Conferencia sobre la lluvia, de Juan Villoro, bajo la dirección de Sandra Félix, pero además lee y que tiene tatuado a Pessoa por aquello de la petición que pronuncia antes de morir:—“Denme mis anteojos”—, recala en la formación del actor y en un punto clave de su quehacer. Comenta luego un sueño recurrente que tuvo.
—“Salía al escenario de un teatro griego, con forma de herradura, y no recordaba el texto. Por ende no pude contagiar el corazón de la gente y… Me despertaba asustado. Sudando. Eso pasa antes del estreno de una obra. Se conoce como “histeria de estreno”. Pero dicho sueño se me quitó cuando en la ciudad de Santos, Brasil en un teatro de color marrón de herradura de 1898 (el teatro de mis sueños, valga) en la segunda función que dimos, para más de mil y pico de personas, la maestra Angelina Peláez y yo, bajo la dirección de Mario Espinoza encontré el temple. Quiero decir, el personaje se adelantó al actor y este lo condicionó y apareció la bifrontalidad. El equilibrio necesario. Entonces Mario Espinoza nos felicitó y me preguntó qué era eso del temple. Y le platiqué la analogía del actor como torero—”.
¿En Colima te volteó el toro?
—“Sí—”. Y pasa el tenedor sobre la carlota y toma otro sorbo de café.
¿Tu pasada presentación en la Feria Nacional del Libro de León no fue tan certera? No saliste en volandas sino a pie y por otra puerta.
—“El foro no fue el adecuado. Fue muy difícil latir al ritmo de la gente porque hubo una persona que sacó su teléfono celular, lo puso en un bastón y se pasó toda la función retratándose y grabando su obra. Aun con la advertencia hecha de apagar sus aparatos—”.
La función que darás este día 30 de julio, en el teatro María Grever en León, tiene mucha significación para ti, verdad.
—“¡Doble significación! Primero, porque es el cumpleaños de mi hijo Camilo. Hace un rato le llamé por teléfono para felicitarlo. Y también porque…—”.
Hace nueve años murió Alejandro Aura.
—“Sí. Con él acudía a la temporada de toros en la Plaza México—”.
¡Claro! A tres cuadras del coloso vivía Alejandro.
—“Sobre la calle de Tiépolo—”.
En el número 20.
—“Sí. Un gran amigo. Hicimos teatro, leímos, nos divertimos. A él le dedicaré la función de hoy—”.
Fin de la charla de café y del postre gozoso.
Caminamos por la plaza principal rumbo al teatro. Al llegar ya lo espera el equipo de trabajo de la CNT. Arturo Beristáin reconoce el ruedo. Está en el foro y le planta un besó al escenario y al mismo tiempo le da una palmada. Me parece el ritual de un muletilla consagrado. Sobreviene la prueba técnica y da rienda suelta al temple que le caracteriza y prueba el dominio de los tres tercios. Termina la prueba y agrega, a la dedicatoria de Alejandro, mi nombre por la función del día.
Minutos más tarde hay aforo completo en el Grever. Los asistentes esperan lo mejor de la puesta en escena. Nuestro primer actor sale al ruedo, hace la faena, el público grita pausado: Óle, óle, óle… ambos cumplen el gran ritual y el latido común del corazón vibra para toda la Región. ¡Hay conferencia! ¡Hay lluvia! ¡Hay teatro!¡Hay teatro! Y también un gran to-re-ro, to-re-ro, to-re-ro que sale en volandas.