En estos días me entero de que el presidente Emmanuel Macron negó la entrada de Arthur Rimbaud al Panteón francés -lo que antes ya ocurrió también con Céline-. Puede más la incomodidad que sigue provocando su modo de vida y sus ideas que el legado a la cultura universal de una obra valiosísima -en cada uno de los casos-.
Algo similar pasa con la figura de Phil Spector, quien muriera en un hospital carcelario el pasado sábado a los 81 años; purgaba condena perpetua por el asesinato de la actriz Lana Clarkson. Fue un hombre muy complejo y violento, pero que será recordado por su legado musical como productor, al revolucionar este campo artístico a través de la invención del Wall of sound en los años sesenta.
Si de sus primeros años ya debíamos aquilatarle por “Be My Baby” de las Ronettes -una maravilla- y “Unchained Melody” de los Righteous Brothers, se debe apreciar en su justa medida que se trata del orfebre del estudio de grabación que confeccionó Let It Be (1970) de The Beatles, Imagine de John Lennon, Death of a Ladies Man (1977) de Leonard Cohen, End of the Century (1980) de Ramones; sin dejar de lado el célebre The Concert for Bangladesh (1971) con George Harrison & Friends.
Además, fue un profesional que marcó la pauta al momento de gestionar los derechos de autor y hacer de la figura del productor también un co-autor de muchas de las obras, con lo que se aseguró una estabilidad financiera y una influencia estratégica. Cerró su vida entre excesos y un hecho criminal funesto; el hombre tuvo que pagar por sus fechorías, pero el legado artístico está muy por encima y es debido a él que ocupa y ocupará un lugar relevante en la historia de la música del siglo XX.