Una parte inherente al duelo es la evocación, y ver imágenes en las que se muestra la intensa y amorosa relación entre Kobe Bryant y su hija Gigi (de 13 años) resultan absolutamente conmovedoras. Yo volteó la cabeza y encuentro a mi hija Helena (de 3) dormida y no puedo imaginar siquiera que faltara. En esta historia mucho se ha anotado acerca de sus enormes méritos deportivos, personales y empresariales; se trató de un hombre excepcional que trascendió su papel de ídolo de los Lakers.
Me concentro en esas sonrisas y abrazos entre ambos. No olvidaré jamás la mirada de alguien satisfecho de contemplar a su niña haciendo un drible y un enceste casi calcado de los que él logró por miles. Y luego la música también juega un papel importante; con mucha sensibilidad, alguien escogió que el chelista Ben Hong interpretara la noche del viernes “Hallelujah” mientras las 4 pantallas del Staples Center se inundaran de Kobe y lo escuchábamos hablando de la entrega total hacia la práctica de lo que para él no era sólo un deporte sino una vocación existencial. Seguro el fantasma de Leonard Cohen se encontraba en alguno de los asientos de primera fila.
¿Quién hubiera pensado que Lebron James y algunos otros compañeros se quebraran hacia bien avanzado el Himno Nacional de los Estados Unidos a cargo Boyz II Men? Una versión vocal muy particular. Algo hubo en ella que deportistas templados soltaron el llanto mientras se entonaba. Antes de todo lo mencionado había estado Usher sobre el escenario cantando “Amazing Grace”. Pero nada como esos abrazos y juegos entre Kobe y Gigi… verlos entrenar y reírse. Kobe en su madurez se volcó sobre su familia y fue feliz. Procreó 4 hijas y jamás le hizo falta un varón. Fulminó al periodista que le preguntó sobre haber tenido un hijo hombre con un: ¿Has visto jugar a esta chica? Ya no sabremos si conquistaría al baloncesto femenil… se fueron juntos. Esta vez las imágenes no mienten… tenían una inmensa relación atascada de amor filial. Siempre los echaremos de menos.
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