A los 79 años y con su álbum 39 a cuestas, el enigmático músico de Minnesota sigue en plenitud creativa y la sola presencia de “Murder Most Foul”, con sus 17 minutos de duración y todo ese torrente verbal a propósito de la cultura popular de su país, bastaría para destacar la existencia de Rough and Rowdy Ways (Columbia), pero las otras 9 canciones que la acompañan también tienen lo suyo.
Dylan en sí mismo es una literatura musicalizada llena de secretos y belleza poética; su obra posee una energía sobrecogedora y la capacidad de observación y abstracción de un poeta consumado. Quizá su merecido premio Nobel únicamente le haya servido para aludir a Walt Withman en “I Contain Multitudes”, pero en el resto marcha a su aire y pasa del blues al folk y el gospel con total soltura y se dice que invitó a Fionna Apple para que se sumara a “Key West” -que cierra el primer disco-.
Por su tono sombrío me recuerda a los últimos discos de Leonard Cohen y Johnny Cash, pero también tira de su estirpe de cronista viajero en “I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You”, que engarza perfectamente con “Black Rider”. Tengo la sensación de que escuchar este disco produce un efecto similar al de leer una novela de William Faulkner -siempre potente-.
La crítica especializada se ha rendido antes esta obra y ha sido The Times of London el medio que ha vertido una opinión precisa, ya que se trata de: “una obra maestra melancólica, reflexiva, meditativa, desconcertante, divertida e impresionante”.
El señor Zimmerman acumula sapiencia para extraer del mundo sus secretos y convertirlos en canciones de gran calado. Rough and Rowdy Ways es otro capítulo magnífico en un corpus gigante y trascendente.
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