No sabemos en qué momento un entrenador deja de pensar como futbolista, algunos creen que hacerlo se trata de un error; lo que sí sabemos es cuando un futbolista parece entrenador: habla, gesticula, ubica, organiza, ordena, interpreta, anticipa, observa, parte y comparte; jugadores como estos, dirigen equipos como una voz interior.
Hemos visto todo tipo de ex jugadores transformarse en entrenadores. Decían, que los mejores eran los guardametas por su reflexión, los zagueros por su posición o los medios centrales por su ubicación.
El tiempo nos ha enseñado que los jugadores más técnicos como Pelé, Maradona y Platini, no siempre son grandes directores técnicos; y que los capitanes más emblemáticos sobre el campo, como Guardiola, Beckenbauer o Cruyff, casi siempre son extraordinarios líderes en el banco.
Lo único que podemos establecer con cierta claridad es que los futbolistas nacen y los entrenadores se hacen: el último ejemplo, Xabi Alonso, acumuló tanto conocimiento que su carrera como entrenador puede ser mejor que su carrera como jugador. Hombre de seis camisetas, parece que siempre lo vimos con la misma: juvenil en Real Sociedad, humilde en Eibar, guardián en Anfield Road, conciencia de Selección Española, equilibrista en Real Madrid y sabio en el Bayern. En todos sus equipos jugó con el mismo sentido, el común.
Me quedo con dos imágenes suyas: el remate de aquel penal que representó la fe jugando para Liverpool la Final de Estambul, y la patada de Nigel de Jong sobre su pecho en la Final de Sudáfrica que significó la resistencia del escudo. La fe y el escudo marcarán también su trayectoria como director.
Alrededor de estos hombres reservados y metódicos, se construyen los cuadros más progresistas del juego. En esa posición tan diestra como siniestra, pocos especialistas se mantuvieron tan vigentes dentro y fuera de la cancha como Alonso, el futbolista entrenador.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo