Política

Enfermedad y otras calamidades

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El cartujo camina lento y cabizbajo por los pasillos sombríos del monasterio, nadie se cruza en su camino y él deja volar sus pensamientos. En estos días infaustos ha vuelto a las páginas luminosas de Octavio Paz, quien en Por las sendas de la memoria, publicado en 2011 por el viejo e imprescindible Fondo de Cultura Económica, dedica unos párrafos a la enfermedad, siempre al acecho, como un ladrón, aunque no lo sepamos o no queramos darnos cuenta.

En 1994 —escribe Paz—, la enfermedad, “la no invitada”, golpeó en su puerta: “Abrí y ella, sin decirme nada, me miró con una mirada que me traspasó pero que no puedo definir: no era cólera ni piedad ni siquiera indiferencia. Era lo que llamamos, en nuestra pobreza para decir lo que sentimos, padecimiento”.

En la enfermedad, esa experiencia compartida, antes o después, por todos, dice el poeta: “descubrimos que el sufrimiento no es una palabra sino una realidad tangible e inaprensible, que se aleja por un instante para regresar después con más saña. El daño, los daños, las punzadas y los clavos son materiales e incorpóreos; los siente el cuerpo y no puede tocarlos. Son sensaciones físicas y mentales. (…) Si logramos sobreponernos, nos damos cuenta de que nuestra vulnerabilidad es la de todos”.

Estas últimas palabras resuenan dramáticamente, como si hubieran sido escritas hoy mismo, para el horror de la pandemia: “nuestra vulnerabilidad es la de todos”.

Tiempo suspendido

En la actualidad, la enfermedad, con el nombre de covid-19, merodea por todas partes, incrementando a cada momento su número de víctimas, transitorias o mortales. Algunos de quienes la han superado cuentan su historia en los medios o las redes sociales y nos alertan sobre sus efectos físicos, emocionales, familiares. Todos coinciden en la soledad inherente a este mal: han estado aislados, sin el consuelo de una caricia de sus seres queridos.

Las reglas, esenciales para evitar nuevos contagios, impiden tocar a los enfermos. “Saber que un padre, un hijo, un amante sufre solo y puede morir solo, no saber qué palabras y qué pensamientos le vinieron a la mente o saber que esos pensamientos y esas palabras no pueden llegar a quienes lo aman, es un dolor que contiene la muerte, al igual que un fruto contiene una semilla”, escribe Claudio Magris en un artículo conmovedor.

Por esa condena del covid-19 a la soledad, el filósofo y psicoanalista francés Roland Gori rechaza el término “distanciamiento social”, utilizado en las campañas para prevenirlo. Es inapropiado e incómodo, dice en entrevista con Maud Vergnol para L’Humanité. “Por el contrario —agrega—, es más conveniente invitar a la solidaridad y proximidad social, mientras se exige ‘distancia física’. No se trata de aislarse individualmente, sino de aprovechar este tiempo suspendido para estar emocional y socialmente unidos”. En este sentido, el autor de Un monde sans esprit, resalta el papel de las nuevas tecnologías para sentirnos acompañados en nuestro voluntario o forzoso confinamiento, para “estar solos, juntos”, para no volvernos presas de la desesperación o la locura.

Gori aborda los peligros de la pandemia desde varias perspectivas, en una de ellas describe un escenario sin duda familiar para los mexicanos cuando advierte: “El riesgo que amenaza a cada una de las ciudades o a cada uno de los países en una epidemia grave es la anomia, la pérdida de las normas y leyes que las rigen para integrar a las personas y regular el comportamiento social.

“Este es el momento de la verdad para cualquier gobierno, para mostrar su potencial para reaccionar ante el shock. Sin confianza en el gobierno, el miedo se instala permanentemente”.

Desconfianza

En México, por desgracia, en muchos sectores la desconfianza en el gobierno se vuelve cada día más grande, por su manera de afrontar la pandemia, pero también otros problemas: la violencia, la inseguridad, el desempleo, la pobreza, la desigualdad, el rencor social.

Los medios y las redes han documentado las agresiones de individuos o turbas contra la policía, la Guardia Nacional o el Ejército, la manera tan iracunda como defienden sus botines o protegen a líderes del crimen organizado, doblegando, humillando a las autoridades, en tanto las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública develan la triste realidad de un país donde la incidencia delictiva, en vez de disminuir, aumenta. Estos son motivos válidos para la suspicacia y el temor de tantos ciudadanos, ¿quién puede criticarlos por sentirse desprotegidos en su salud, en su patrimonio, en su integridad física?

De acuerdo con algunos especialistas, en los próximos meses las cosas se van a poner peor en materia de seguridad; quizá decrezcan las actividades ligadas narcotráfico por la mayor vigilancia en la frontera con Estados Unidos y el cierre de bares, restaurantes y antros de todo tipo, pero los criminales buscarán ingresos con otros ilícitos, mientras las fuerzas armadas, entre otras cosas, atienden la contingencia sanitaria y se dedican a construir obras emblemáticas del gobierno de la 4T.

La pandemia representa retos enormes, plantea interrogantes y nos deja una certeza: en una sociedad el miedo es el peor consejero, eso deberían saberlo en Palacio Nacional, desde donde con frecuencia se dinamitan el diálogo y la confianza.

Queridos cinco lectores, con admiración y gratitud para el personal médico, en ocasiones agredido de manera irracional en distintos lugares del país, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén. 

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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