El asombro no cesa en el monasterio. En octubre, al hablar de la pandemia de covid-19, el doctor Hugo López-Gatell pronunció una frase para la posteridad: “Quiero dejarlo muy en claro, las personas que fallecieron, fallecieron”. El pasado martes en Palacio Nacional, al abordar nuevamente el tema dejó caer otra gota de su enorme sabiduría: “Las lamentables defunciones por supuesto son irreversibles”.
El subsecretario de Salud del gobierno federal es un buen ejemplo de cómo han transcurrido dos años de una administración sin brújula, perdida en la extenuante labor de justificar con puro rollo sus fracasos en la lucha contra la pandemia, la pobreza, la violencia, los feminicidios. Vivimos en un país con muchos muertos por SARS-CoV-2 (104 mil 873, según el reporte de este viernes), pero también por el crimen organizado, la delincuencia común, el desprecio por el otro en los hogares y las calles; somos ciudadanos de un país donde el poder estigmatiza la preparación y la crítica mientras recompensa el fanatismo y la docilidad.
Andrés Manuel López Obrador dice valorar sobre todo la honradez. En términos cuantitativos, afirmó en noviembre de 2019, prefiere tener funcionarios con 90 por ciento de honestidad y 10 por ciento de conocimiento. Pero, ¿es correcto nombrar a quien no cumple los requisitos para desempeñar una función pública, pagada con el dinero de todos? ¿Aceptar un cargo sin estar capacitado para ejercerlo, es honesto? ¿No es otra forma de corrupción?
Mirar al pasado resulta conveniente siempre y cuando no se olviden ni el presente ni el futuro. López Obrador vive de los réditos de un pretérito deleznable en muchos sentidos, de políticos podridos en dinero y desprestigio, algunos de ellos conversos a la religión de la 4T. Pero en aquel mismo pasado organizaciones ciudadanas, académicas, científicas impulsaron construcciones importantes en beneficio de la salud, la ciencia, el diálogo y la vida democrática, arrasadas por un gobierno en el cual solo se escucha la voz de un solo hombre.
Tiene razón el Presidente, en México ya no hay un poder de poderes: el único poder es él.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.