En América Latina se ha desarrollado recientemente una nueva manera de construir el gobierno, a través de una política performativa, innovadora; relacionada con el entretenimiento y asequible a la mayoría de los ciudadanos principalmente en las redes sociales. Este fenómeno se denomina política pop y una de sus principales características estriba en que los gobernantes hacen uso de los medios de comunicación, para promover un espectáculo político; la mediatización de la política a través de imágenes, símbolos, narrativas como storytelling, politainment y populismo digital.
Durante mucho tiempo el papel de los representantes políticos: legisladores y gobernantes era informar, dar a conocer sus obras y acciones a favor de los ciudadanos. Empero con el desarrollo de Internet y las redes sociales, los gobernantes se han convertido en celebridades, personajes que buscan influir en los ciudadanos y promover una campaña permanente a través de interacción en las plataformas digitales.
Así, el concepto acuñado por el profesor italiano Gianpietro Mazzoleni y Sfardini se refiere a cómo los políticos utilizan los medios de comunicación para influir, ganar adeptos y simpatizantes; fuera del esquema ideológico. Ahora, se trata de convencer por medio de la banalización de la política, impulsar temas triviales, distracción y entretenimiento para los ciudadanos.
La visión crítica de los partidos políticos se ha diluido, ahora los institutos políticos están ganando simpatizantes a través de videos, entrevistas que se vuelven virales por sus declaraciones e incluso por que promueven concursos para los ciudadanos; despojando la política de una crítica profunda. En pocas palabras estamos viviendo un tiempo en que los gobernantes adoptan la política como entretenimiento en lugar de un espacio para el debate y la deliberación.
Así, ante la falta de cultura política; la población en general gusta de entretenerse con videos, concursos, declaraciones, demagogia y declaraciones populistas sobre cómo disminuir la pobreza y construir un mejor país.
Como ejemplo podemos citar a Javier Milei, presidente de Argentina, que adoptó desde su candidatura una posición anarquista contra las instituciones, incluso promovió la polarización como estrategia. Así, utilizó los recursos digitales, mensajes en X (Twitter) y apareció con una motosierra, para anunciar recortes en el gobierno y se convirtió en un espectáculo que fue seguido por muchos argentinos.
Se estima que los políticos buscan construir la conversación en redes sociales, porque sus mensajes representan el 1% de la conversación en Twitter e Instagram que es seguido por un 90% de usuarios que sólo mira, se divierte y acaso comenta.
Incluso la violencia dentro de las redes se ha convertido en un espacio para la diversión, porque a través de cuenta anónimas los usuarios pueden difamar, vituperar o insultar a otros usuarios ya los políticos. La arena pública está en las redes que construyen estos escenarios para la provocación y construcción de libertinaje en el ciberespacio.
Atrás quedaron los discursos en los mítines de campaña para un cargo de elección popular. Ahora, la discusión está en las redes sociales y en la apropiación de los mensajes por parte de los políticos. Para ganar adeptos hay que ganar simpatizantes, viralizar un hecho y mantener la audiencia cautiva con historia, retos y en general entretenimiento. Es la adaptación del lenguaje político al mediático.
Por otra parte, Nayib Bukele en El Salvador acapara la mirada latinoamericana, con su estrategia de seguridad, acompañada de videos y tuits. Cuenta con el 85 % de aprobación de los salvadoreños porque se apropió de los medios no sólo en la información, sino en la construcción de emociones y discursos religiosos. Es una narrativa de política pop, porque construye seguidores, fandoms que comparten información, generan una comunidad en línea y reproducen las ideas de Bukele.
El espectáculo en la política es un riesgo para la democracia; porque los ciudadanos se convierten en fans, antes que en críticos ciudadanos que analizan las leyes y estudian las propuestas de los candidatos.
La emoción y conversaciones en la red se vuelven más importantes y eso vulnera a las propias instituciones democráticas.
El único antídoto es impulsar una mayor cultura política y reconocer que las redes son un vehículo para obtener información, pero se debe reforzar la opinión pública con debates, análisis y ejercicios críticos de lo que sucede en el entorno político.