De espaldas, guayabera al vuelo, Lichi leía fragmentos de sus novelas en construcción ante una mesa plagada de párrafos y sílabas sueltas, humo de tabaco a la sombra de una imagen colorida de la Caridad del Cobre y un letrero que decía HABANA, porque allí donde él caminaba todo se volvía La Habana. Leía de postre las páginas inéditas de la magia por venir, luego de haber preparado él mismo la comida de delirio con el mismo sazón con el que escribía: pizca de sal con lágrimas, una medida de pimentón caliente o picante de por aquí y allá, la generosa carne de cerdo que había sido personaje en uno de sus cuentos narrados, y ese arroz que era como la nieve en grano de todos los paisajes que Lichi era
capaz de recrear con palabras palpables.
No pasa un solo día sin que lo piense, porque está prohibido olvidarlo y porque simplemente no se puede leer el inmenso libro de la realidad sin evocar la sabia y generosa manía con la que Lichi contagiaba lecturas y películas, anécdotas y mentiras puras, tanto que se esfumaban de sobremesa como la mejor literatura. A veces recitaba los versos de Papá Eliseo como si los estuviera leyendo en los hilos de las velas o los focos, y hablábamos tanto de Rapi, su hermano mayor, que se confirma que ese pirata que clonaba la cara de su padre y, de paso, que el rostro de Joseph Conrad era no más que un arcángel constante. En más de una ocasión le cantamos serenatas inmediatas a nuestra jimagua Fefé, con lo que el par de gemelos me honraban en convertirnos en triates, y el ambiente perdía las eses de muchas palabras, y en la mano derecha de Lichi se reproducía el mapa de La Habana con sus dedos regordetes apuntando las entradas del mar por las yemas. Hablaba de tantos abuelos y tiempos viejos que hasta el agua de Jamaica sabía a sepia dulce, y en dos o tres ocasiones nos reímos tanto que terminamos llorando sin sosiego, como quien canta de veras la palabra “Ausencia”.
Ausencia quiere decir olvido, decir tinieblas y jamás, pero mi Lichi, al volver al nido, no se alejó de nada ni nadie. Ausencia no es la música de tu recuerdo, porque te quedaste en cada página que te leemos y en el necio afán de que hoy mismo nazca el próximo lector de tus crónicas perfectas y tus novelas indispensables; que se entere hoy mismo la señora distraída, que busca sombra del Sol, que hay una novela tuya que habla de la amistad como un romance, y que un joven que libra las batallas de la adolescencia pueda leer mañana mismo la novela donde declaras desde el principio que matar en defensa de un amor es hacerlo en defensa propia.
De paso, quienes te leemos recorremos el hermoso jardín de la infancia que ha narrado tu hermana Josefina, los dibujos del jardín de las delicias que se inventaba Rapi con su pincel o en sus documentales; quienes te leemos, seguimos el sendero luminoso de la infinita poesía de tu padre, capaz de sacarle luz a los panes y escribir, en plena oscuridad con la punta de un cigarro, el tiempo, todo el tiempo que nos heredó a los que vivimos condenados a leerte en la distancia, con tantas ganas de pegarte siete abrazos.
Ausencia, entonces, es también el rasero implacable con el que desaparecen los nombres de quienes realmente merecen esfumarse en el olvido, pero no contigo ni con tus letras, esas historias que enredabas como enredaderas verdes sobre un puente por donde pasa un tren oxidado a las afueras de La Habana, o el árbol que llevaban en el alma desde que lo escalabas con tus hermanos como exploradores de una aventura, colgando encima de una tertulia donde tu padre y todos los escritores de todos los libros flotaban como neblina de susurros. Ausencia no cuadra con el eco de tu voz que se escucha al filo de las cinco de la mañana, y con la tosecita con la que intentabas disfrazar tu llanto cuando leías pasajes enteros de una novela que es circo de cinco estrellas o el ensayo donde evocabas las glorias de un viejo pugilista destartalado por la vida misma.
La vida, Lichi, la que sigue aquí necia leyéndote y buscando la secreta etimología que te distingue como pocos: Ausencia en realidad quiere decir que no te olvido en el vacío, que te pienso en muchos pasos y palabras, párrafos y músicas que se escurren por los cristales como espuma de olas saladas. Ausencia, en realidad y en tu caso, Eliseo Alberto, conocido como Lichi, es no más que Presencia.
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