
“Las malas noticias gozan de mayor credibilidad que las esperanzadoras, y tanto los individuos como los Estados parecen más bien dispuestos —como en épocas pasadas— a odiarse mutuamente”. Esta sentencia, que podríamos suscribir hoy perfectamente, la escribió Stefan Zweig en 1936, en un artículo titulado “La desintoxicación moral de Europa”. “La desconfianza mutua se revela infinitamente más fuerte que la confianza”, escribía más adelante.
Al prestigio de las malas noticias y a la desconfianza colectiva, Zweig añadía la información tendenciosa o directamente fabricada, que hoy equivaldría a las fake news; una distorsión que en aquellos años sólo se difundía masivamente en los periódicos. Este panorama de bulos periodísticos se parece al que padece hoy cualquier sociedad de Occidente, con la diferencia de que los medios para difundirlos se han multiplicado de manera escalofriante.
Zweig opinaba, como hoy podría opinar cualquiera de nosotros, que había que hacer un esfuerzo para atajar las fake news, y proponía “una instancia supranacional” que tuviera “la responsabilidad de corregir toda mentira política dentro de los países europeos” porque ya desde entonces era inseparable el bulo del político. Esa instancia “sería, según mi parecer”, escribía Zweig, “fácil de crear; bastarían seis personas o 12 hombres de fama y prestigio a los que cualquier individuo o nación ofendido o calumniado pudieran dirigirse en cada caso concreto”.
Esta hipotética instancia, que podría llamarse algo así como la Oficina Internacional de la Transparencia, “en lugar de restringir la función o la labor de los periódicos, incrementaría la confianza moral de los lectores”, escribía Zweig y tenía razón, aunque seguramente, casi 90 años después, ya sea demasiado tarde para ponernos a atajar las fake news porque en todo este tiempo se han afinado y consolidado como la herramienta por excelencia de los políticos de Occidente y a ellos no les interesa, desde luego, desintoxicar ni quieren aguar la fiesta con esa oficina de la transparencia que muy sensatamente proponía Stefan Zweig.