Cultura

‘Deplatforming’

La sirena, el borracho, la dama, el catrín, son parte del elenco del juego de la lotería. Hasta hace muy poco en este elenco solía figurar “el negrito”, un elegante muchacho de saco, corbata y pañuelo en el bolsillo, de bastón y de bombín, que ya desde el origen del juego estaba señalado por la corrección política: era el negrito y no el negro, cuando ni el borracho era borrachito, ni la dama damita ni catrincito el catrín. El diminutivo, que es una manera de matizar la realidad cuando es cruda, indica que en la estructura moral de la lotería ser negro es peor que ser un borracho.

Pero en el siglo XXI al negrito le esperaba un nuevo matiz pues, de buenas a primeras, se ha convertido en “el morenito”. La evidencia, para los incrédulos, está colgada en mi cuenta de Twitter.

Hace unos meses, en un kínder en Barcelona, la pequeña biblioteca de la que disponían los niños fue intervenida por los padres para extirpar las lecturas que les parecían inconvenientes; en la purga fueron eliminados cuentos como Blancanieves y la Cenicienta (por sexistas), el de Caperucita roja (por zoofílico y brutal), y algunos otros, con la idea de preservar la inocencia de los niños. El negrito de la lotería y la purga de la biblioteca infantil son episodios de la misma naturaleza, los dos buscan evitar un conflicto, los dos sobreprotegen y anulan, de antemano, la posibilidad de que el otro resista o se defienda de una, digamos, agresión intelectual.

La sobreprotección del ciudadano en el siglo XXI, de los ciudadanos protegiéndose a sí mismos de toda clase de embates morales, ha cuajado en Estados Unidos en un interesante palabro: deplatforming, término que define el activismo ciudadano, individual o en grupo, dedicado a neutralizar discursos controvertidos, políticamente incorrectos u ofensivos, y a los individuos que los pronuncian o escriben, por la vía de cancelar sus charlas, ponencias, arengas, clases o discursos, por el método de dejarlos sin la plataforma donde normalmente, y hasta hace muy poco tiempo, se expresaban; de ahí, de la plataforma que les quitan, viene la etimología del palabro.

Este esfuerzo por no exponerse a ideas violentas, controvertidas o simplemente diferentes, tiene en el mundo universitario estadunidense una gran fuerza; según datos del Pew Research Center, 40 por ciento de los jóvenes en Estados Unidos cree que el gobierno debería regular la libertad de expresión cuando lo que se dice es ofensivo; está de acuerdo en que la autoridad debería intervenir antes de que el discurso ofensivo ocurra, es decir: que se aplique el deplatforming. El complemento de la encuesta dice que en la segunda mitad del siglo XX solo 20 por ciento creía que el gobierno debía regular la libertad de expresión, y unos años antes, en la década de los cuarenta, la cifra se reduce al 12 por ciento. Los números muestran claramente la manera en que los ciudadanos de aquel país han ido perdiendo la resistencia y dejando que se les esfume el criterio.

Otros datos, en el plano físico, terminan de redondear el panorama de la ciudadanía que, con tal de no exponerse a situaciones que alteren su realidad, reduce su espectro vital. En los últimos 50 años, en Estados Unidos, se ha reducido a la mitad el número de personas que salían de su estado natal para ir a buscar una oportunidad en otro; y en los últimos 40, el número de personas menores de 30 años que son dueñas de un negocio se ha reducido en 65 por ciento, lo cual ya indica que los millennials serán la generación empresarial menos productiva de la historia de aquel país. La energía colectiva para proyectar e innovar, de acuerdo con los números de la oficina estadunidense de patentes, viene decayendo desde 1999. Y un dato más, que es la viva metáfora de la reducción de ese espectro vital que mencionaba hace unas líneas: el número de gente que aplica para conseguir la licencia de manejar decae continuamente desde la década de los 80.

El ciudadano del siglo XXI empieza a convertirse en un intolerante que no permite que se cuestione su batería de convicciones y creencias, ni soporta los discursos que le parecen violentos; prefiere vivir aislado en su confortable burbuja, sin moverse de ahí, sin que nadie lo contradiga ni le haga ver que la vida es la suma, e incluso la contraposición, de diversas ópticas. El problema es que la democracia, el progreso e incluso la evolución de nuestra especie están basados en ese forcejeo entre las ideas y los conceptos que aceptamos como propios y los que nos son adversos; ese forcejeo produce los anticuerpos que impiden que ciertos discursos nos hagan daño; al niño que se le quita la oportunidad de enfrentarse con los cuentos infantiles, o al estudiante que se le protege de las ideas que son distintas de las suyas, también se le deja sin defensas, se le escatima la oportunidad de ejercitar el criterio, el sentido crítico, la inteligencia. El caso se parece, de manera muy sintomática, al número inverosímil de niños que hoy son alérgicos a las nueces y a las almendras; estos números han ido creciendo en la medida en que las nueces y las almendras han sido erradicadas de sus dietas. Parece que el cuerpo, y la inteligencia, sin adversarios, pierden el tono y la sustancia, y que lo sensato sería no erradicar de nuestras vidas ni las ideas adversas, ni las almendras.

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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