El primer año de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum deja claro que México vive una estabilidad frágil. Es una estabilidad engañosa. Detrás de las cifras oficiales aparentemente positivas (como las de pobreza), persiste un modelo económico fallido, incapaz de propulsar el desarrollo productivo, y de responder eficazmente a los desafíos sociales y ambientales del país.
Desde hace más de tres décadas, México sigue siendo presa de la falsa lógica de la “responsabilidad financiera”. Atado a una visión que confunde la estabilidad de los números con el bienestar de las personas. Que privilegia el equilibrio en las finanzas públicas por arriba del empleo de calidad, producción interna de alto valor agregado, salud, educación e innovación tecnológica.
El modelo actual opera bajo una ilusión contable: el equilibrio fiscal garantiza prosperidad. Por lo tanto, el gasto público está subordinado a límites presupuestales, no a objetivos de desarrollo o a la capacidad instalada de la economía. Con ello, se frena toda posibilidad de construir un Estado de bienestar.
La Teoría Monetaria Moderna (MMT, en inglés) recuerda algo incómodo para algunos: un gobierno, como el mexicano, que emite su propia moneda no enfrenta restricciones financieras como las de un hogar o una empresa. Para México, la limitación no es el dinero, sino los recursos como trabajadores desempleados, capacidad productiva subutilizada, tecnología no desplegada.
El gobierno de Sheinbaum tiene una oportunidad histórica para romper con el modelo económico vigente. El país necesita una perspectiva macroeconómica que no se limite a “mantener el orden fiscal”, sino que use todo el poder del dinero público como banda de transmisión para el desarrollo. La MMT propone precisamente eso: emplear a la política fiscal como instrumento para alcanzar el pleno empleo, expandir la capacidad productiva y garantizar la estabilidad de precios a través del uso eficiente de los recursos reales, no de las restricciones contables.
La nación requiere una verdadera estrategia industrial verde, financiada en moneda propia. Además, un programa de Trabajo Garantizado que de empleo a quien lo necesite, fortalezca los servicios públicos locales y genere una base estable de demanda interna. Esa sería una política realmente progresista, coherente con los ideales de justicia social y desarrollo sostenible que el actual gobierno ha planteado.
Insistir en el mismo modelo solo profundizará la desigualdad y la dependencia externa. El verdadero desafío de Sheinbaum no es consolidar el modelo que abrazó su antecesor, sino romperlo desde la raíz y poner en marcha uno que saque del eterno letargo a la economía mexicana.