Vivimos en la Diócesis de Torreón con aplicaciones variadísimas en la pastoral. Pastores o promotores laicos los hay en variedad enorme.
Para unos ni se acuerdan que a la mitad del siglo pasado se celebró el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965 que no fue sólo un acontecimiento interno que cimbró a la Iglesia Católica, sino que fue más allá de sus propias fronteras espirituales, hasta campos históricos, científicos, antropológicos, psicológicos, y que no dejó al mundo con tranquilidad.
Pero hoy vivimos como si aquellas conmociones sociales no hubieran existido, puesto que vivimos en un mundo de descolgados, descosidos, que parece que no saben lo que piensan.
Quizá la interpretación del Concilio dio lugar a los mayores conflictos.
Por vía de ejemplo fijémonos en algunas prácticas litúrgicas de la Iglesia Católica, en la Eucaristía que se suele eliminar en una comunidad por una competencia deportiva, o se suprimen algunas partes de la misma para dar más tiempo a los chistes del celebrante, a los avisos económicos o a cualquier notificación que nada tiene que ver con el aumento de la fe de los feligreses, sin ninguna aplicación de la Biblia para la conducta de los creyentes, que no tienen interés en que se condene al gobernante en turno, sino a que se ilumine la fe con la alegría de la vivencia de la comunidad, por la palabra de Dios aplicada.
Pero también existe la aplicación del Concilio Vaticano II con experiencias alentadoras, que pueden parecer pocos para algunos, según el conocimiento que tengan de la vida de la Iglesia, pero sí existen.
Abundan las experiencias pastorales de quienes son unos convencidos de que todo movimiento pastoral, para que sea auténtico, lo más correcto es que parta desde la base social y desde allí, llegue hasta la cabeza.
Abundan también las convicciones de quienes piensan que la Iglesia es esencialmente comunitaria y que la comunidad, nace siempre de lo pequeño y que hay que alimentarla todos los días con la Palabra de Dios, hacia la Eucaristía, como el jardinero riega la flor para que permanezca bella en el horizonte.
Por la pandemia que fue larga y no del todo ha pasado, no supimos los creyentes como defendernos más que tapándonos la boca y cerrando los templos.
Nos faltó estrategia y táctica para protegernos de una enfermedad que no era invento, pero se nos olvidó que al torero no lo cuerna el toro si sabe cómo torearlo.
Ni modo, pues, a torear.