El Papa Pio XII gobernó la Iglesia de 1939-1958 tocándole todos los años de la II Guerra Mundial, mantenido una neutralidad activa entre los pueblos enfrentados a la guerra.
Como tiempos turbulentos le dolía el que los pactos entre gobiernos fácilmente los violaran los gobernantes, y los que sufrían las consecuencias desastrosas eran los pobres.
En medio de los conflictos de los pueblos, al Papa le preocupan muchos daños que se están dando, por culpa de la guerra.
El Papa aboga por la confianza entre los pueblos, sugiriendo con énfasis la tarea del desarme, cuando los pueblos más poderosos están en una carrera para inventar las armas más poderosas, una de las cuales es la bomba atómica que se deja caer sobre Hiroshima y Nagasaki, para precipitar la rendición de pueblos que no fue una gloria para la humanidad.
En un radio mensaje navideño, Pío XII pide a los jefes de Estado que realicen un esfuerzo por recuperar la función moral y vital del principio: pacta sunt servanda, cuya traducción es, los pactos se deben cumplir.
A la mexicana podríamos decir que hay que se hombrecitos para cumplir lo pactado.
Hay que tener pantalones, los que hoy demuestran no tener algunos gobernantes, comenzando por el de la Casa Blanca que actúa como si fuera el emperador del mundo que ordena las guerras, para venderle sus armas y otros gobernantes que coinciden con su modo de pensar.
El mundo no puede ser propiedad de un megalómano.
No son las armas las que pueden conseguir la paz. Pablo VI decía en la ONU, “si quieren ser hermanos, dejen caer las armas de las manos”.
La prepotencia nunca ha sido aliada de la paz. Las armas no consiguen paz.
Los Papas de los siglos XX y XXI, todos han abogado por la paz y han propuesto un organismo internacional, que sea un auténtico árbitro de paz, para que, por lo pronto, no sirve la organización de naciones unidas, que en general no la respeta, aun en conflictos tan graves como los que actualmente se juegan en el medio Oriente.
Un ejercicio de la democracia auténtico necesita pueblos bien formados en lo que significa el bien común; pero cuando se vota por conveniencia económica, de clase social o por cualquier supremacía, la democracia es aniquilada por el egoísmo humano.
