En pocos laicos de la Diócesis de Torreón se está leyendo el libro: “Credo.
Para mejor entender la fe de la Iglesia”. El citado libro tiene por autor a Ignacio Cacho Nazábal, SJ. Desde sus primeras páginas el autor se apresura a decir:
“El credo es un género de oración, pero no es una plegaria de petición.
En el credo no se pide nada: ni dones desinteresado como “Venga a nosotros tu reino” o “Hágase su voluntad”, ni dones interesados.
Como “Danos hoy nuestro pan de cada día”, “Perdona nuestras ofensas” o “Que gocemos siempre de salud de alma y cuerpo”.
En el credo no hay lugar para la autocomplacencia; se trata de una oración desinteresada. Es un himno de alabanza, como el Gloria de la liturgia o el Magníficat del Evangelio”.
En el proclama, de principio a fin, que Dios es inmenso, porque es creador del cielo y de la tierra”... (Pág. 8 y 9).
Es un libro de teología que se lee con interés de la primera a la última página los muy lúcidos científicos: “No hay más preguntas y esta es la respuesta”.
Muy útil para el estudio, la predicación y la catequesis.
Después de un entrenamiento en algunos términos que usa el autor, se lee con pasión a un autor que une lo bíblico, la tradición de la Iglesia, lo científico.
Puede desanimar a quienes piensan que el mundo ya se va a acabar, ya que algunos científicos se señalan una posible caducidad de trescientos mil millones de años.
Ya hace mucho tiempo que los teólogos en la Iglesia nos han dicho que no hay contradicción entre la fe y la ciencia; que la Biblia es un libro religioso, de fe y que no se contradice con la verdad científica; y muchas otras verdades que aparentan ir contra la ciencia, o contra la fe. Etc.
Estos planteamientos nos llevan al deber cristiano de tener una fe ilustrada, servicio que se cumple con el estudio.
Pero así como hay sacerdotes que una vez en el ministerio, no quieren estudiar, así también hay laicos, y catequistas que no quieren estudiar.
Así reza el credo como pericos tomando en cuenta que forma parte de la misa, sin importar su sentido de una oración muy estimada y rica de la Iglesia, milenaria, como algunas otras. Ya.