Yo tuve que haber sido pintor, tengo una fascinación malsana por registrarlo todo a través de los ojos. Desde hace muchos años no puedo dormir bien porque regreso de la chamba y cuando me meto a la cama mi cabeza comienza a reproducir todas las imágenes registradas durante la jornada, y el sueño no me llega hasta que, una a una, las recuerdo.
Sergio contabiliza desde hace nueve años el dinero que sale y entra en una empresa de publicidad. También es el encargado de pagar a los colaboradores. Su trabajo avanza entre hojas de cálculo y páginas electrónicas de bancos. Se le ha caído el cabello en el centro del cráneo y a sus 48 el gran orgullo de su cuerpo es su copioso bigote negro que todos los días estiliza con cremas, cepillo, tinte y tres espejos.
También algo tengo de marino. Estoy seguro de que algún hombre de mi pasado vivió en un barco. Cuando voy al mar me pasa que me quedo horas mirando el agua con la sensación de quererme embarcar durante largos periodos y enfrentarme con limitaciones de todo tipo. Siento que estoy hecho para resistir bien y hasta disfrutar en situaciones límite de comida, de entretenimiento, de cansancio.
El jefe directo de Sergio le dijo una tarde en la cafetería de la empresa que se parece al detective belga de una novela (con toda seguridad Hercule Poirot) y desde entonces, para sus compañeros, dejó de ser Sergio para convertirse en El belga.
Ser contador está bien, es algo que sé hacer y lo hago decentemente. Hay que poner mucha atención a los números y a las cuentas. Es mi oficio. Pero luego están las imágenes y los barcos, que me provocan emociones e impulsos que no controlo y me angustian y me ponen nervioso, porque me pregunto si mi vida pudo haber sido diferente.
Sergio entra a las 9 y sale a las 6:30 (de lunes a viernes). Gana 19 mil 500 pesos mensuales más prestaciones. Es soltero. Los sábados por la tarde suele ir a casa de su madre viuda para comer juntos. Su rutina dominical consiste en consumir series (sus gustos tienden hacia la ciencia ficción) y ver con sus dos mejores amigos partidos de futbol americano (se turnan las casas y a veces van a bares). Su padre murió de un derrame cerebral cuando tenía siete años.
Y no es que sea infeliz, solo que así como yo, imagino que todas las personas tienen sueños a los que renunciaron, que nunca persiguieron, pero que de todas maneras se les manifiestan como golpes repentinos de nostalgia y resulta imposible no sentir cierta amargura, pero no es que sea infeliz, simplemente me da curiosidad saber qué pasa cuando alguien renuncia a vidas estables para perseguir sus fascinaciones malsanas, como las mías con las imágenes que me persiguen o el mar que me llena de deseos de riesgos en el agua, solo es eso: curiosidad, pero, en verdad: no, no es que sea infeliz.