Es tanta la incertidumbre (a pesar de las promesas) y es tanta la enfermedad (a pesar de la vacuna) que me he desbordado hacia la música. Estas últimas semanas ha sido Mercedes Sosa. Escribo desde Tlalpan sobre todo lo que su voz me hace sentir. Estoy convencido de que la ruta hacia la esperanza nace en el sonido.
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En la canción Cantor de oficio −letra de Miguel Ángel Morelli−, Mercedes Sosa canta su declaración de principios: Mi oficio de cantor es el oficio de los que tienen guitarras en el alma. Yo tengo mi taller en las entrañas y mi única herramienta es la garganta.
El canto es lento, la voz suave, una expresión amarga, cercana al lamento, que hace pensar en crudeza, visceralidad y cansancio. Una lóbrega belleza de instinto, murmullo y madera.
Mi oficio de cantor es el más lindo: yo puedo hacer jardín de los desiertos, y puedo revivir algo ya muerto con solo entonar una canción.
Al enunciarse capaz de obrar milagros, la ternura en la voz se quiebra y encrudece, gana fuerza y rabia, como si, sabiéndose mágica, se sintiera despreciada. Entonces los pies comienzan a golpear el suelo y sobre la guitarra establecen un ritmo intenso, aunque no frenético, que expresa una determinación tranquila, segura de su poder, que la voz refuerza con colores encendidos:
Yo canto siempre a mi pueblo porque del pueblo es mi voz. Si pertenezco yo al pueblo, tan solo del pueblo será mi canción.
Sobre el mismo ritmo pujante, la voz introduce un contraste; si antes cantaba desde colores encendidos que por momentos frisaban las fronteras del grito, ahora recita en voz baja, como si hablara:
Nadie debe creer que el cantor pertenece a un mundo extraño donde todo es escenario y fantasía. El cantor es una persona más que anda transitando las calles y los días sufriendo el sufrimiento de su pueblo y latiendo también con su alegría.
Los pies se detienen. Cesa el empuje rítmico. Los acontecimientos se retraen y la atmósfera, en un afán cíclico, gira hacia el principio. Regresa esa lóbrega belleza de instinto, murmullo y madera. La voz suave de canto lento. Crudeza, visceralidad y cansancio. Expresión amarga que se lamenta:
Mi oficio de cantor es tan hermoso que puedo hacer amar a los que odian y puedo abrir las flores en otoño con solo entonar una canción.
Y el enigma de esta canción es expresivo más que lírico, porque las palabras enuncian imposibles cosas hermosas, pero hay amargura en el sonido y por ahí se filtran tres ideas siniestras: 1. El cantor canta solo. 2. Su voz se ha marchitado a causa del abandono. 3. Que amen los que odian o que las flores abran en otoño son cosas que a nadie le importan.
Hugo Roca Joglar