Los que me conocen saben que soy un personaje poco sociable, amigo del silencio y no muy jacarandoso. Pues hoy, amigos, me voy a deschongar y caminaré en la tercera edición de la Marcha por la Ciencia México, para “para exigir a la administración federal actual que se reconozcan las limitaciones de la investigación científica en México y mostrar la importancia de la ciencia y la actividad intelectual que desempeñan los trabajadores de la ciencia”.
Caminaré con algunos amigos desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo para dejar claro que a mí la ciencia me importa lo suficiente, para expresar mi descontento con el desdén con que esta actividad está siendo pisoteada por un gobierno rollero que quiere a un pueblo dócil e ignorante.
En mis años como periodista he conocido a muchos, muchos científicos, y a muchos, muchos políticos. Y cuando unos y otros me dicen que quieren trabajar para que México salga de problemas, les creo más a los científicos. A los políticos no.
Y es que de todos esos científicos y políticos que he conocido, algunos políticos son tan ricos como para pagarse una elección; otros son tan persuasivos como para que les paguen una elección. ¿Y los científicos? Con toda franqueza, todavía no conozco a un científico rico. Tienden a ser pobres en lo económico (aunque ricos en experiencias).
Si le creyéramos al gobierno federal, veríamos al gremio de los científicos lleno de corruptos. Úchale. Nos cuentan la historia del chef de Cabrero con aire de falsa indignación y nos dicen (sin pruebas) que se entregaron fortunas a empresas extranjeras. Para eso no tuvieron más que buscarse a una científica más preocupada por sus causas que por su ciencia. Y ella se rodeó de personajes como un ex pupilo suyo que está bloqueando investigaciones biotecnológica porque, ¡huy!, usan transgénicos.
No, señores, todo eso es un cuento chino.
La verdad la vemos en el espacio que le asigna el Plan Nacional de Desarrollo a ciencia, tecnología e innovación: cinco líneas en un documento de más de 250 páginas. La ciencia les vale sorbete. Y como creo que eso es un error del tamaño de su ignorancia, marcharé esta tarde con mis amigos. ¿Quiere unirse? ¡Bienvenido!