La escena es ya un clásico en toda serie de televisión que se respete.
El poderoso protagonista come solitario, anónimo, y con notorio deleite su platillo favorito en alguna mesa del modesto establecimiento que es propiedad de un amigo de su infancia.
Capítulos después nuestro personaje se entera que el restaurantero enfrenta alguna situación que lo obligará a cerrar.
Presto se ofrece a prestar ayuda desinteresada, pero la situación se complica y es rechazado por el orgullo de su amigo.
Así vimos a Frank Underwood en House of Cards saborear un costillar ahumado en Freddy´s BBQ.
A Bob Axelrod en Billions comer a las nueve de la mañana una suculenta rebanada de pepperonni pizza en Bruno´s.
A Tony Soprano maniobrar para salvar el restaurant Vesuvio propiedad de su querido y despistado amigo Artie Bucco.
Por supuesto no somos jefes mafiosos, ni poderosos políticos, o millonarios bursátiles.
Pero sí tenemos, conozcamos o no a los propietarios, nuestros platillos favoritos, nuestros lugares entrañables y estos establecimientos memorables donde hemos disfrutado tanto el gourmet callejero.
No estoy hablando de la chatarra rápida de las grandes cadenas que venden cartón y hule disfrazados de alimento.
Hablo del pequeño puesto de hamburguesas, de la pizzería local, de los antojitos del barrio, de la cocina que vende gorditas y barbacoa, de nuestros lonches mixtos, y de esos tacos que sabemos tan impecables en su higiene como únicos en su tortilla y salsa.
Pues bien, estos negocios generan el sostén económico de muchas familias laguneras y afirmo que dentro de las medidas vigentes de contingencia debemos hacer lo necesario todo para que no quiebren.