La imagen del hombre sabio que sólo utiliza figuras retoricas para responder las preguntas de sus discípulos es muy conocida.
Tenemos a Yoda, ese poderoso Gran Maestro de la Fuerza Jedi que responde siempre con algún hipérbaton al tiempo que nos observa con sus ojos de anciano generoso.
También al profesor Po. Filósofo ciego que a punta de frases enigmáticas enseñó al Kung Fu de la famosa serie de televisión setentera el camino del amor al prójimo.
Todo en medio de las madrizas karatecas que ponía a sus adversarios en cada capítulo.
Y por supuesto Diógenes. Sabio y cínico griego que como chavo del ocho vivía en un barril, y que al mejor estilo de Bukowski afirmó que si la filosofía no sirve para malherir la certeza de un hombre entonces no sirve para nada.
Durante mi niñez siempre llegaba a casa aquella revista llamada Selecciones del Reader´s Digest y nunca me perdía su lectura.
Recuerdo su sección “Citas citables”, una colección de frases pegajosas como de grupo de WhatsApp.
También Carlos Monsiváis tuvo una sección llamada ¡Por mi madre, Bohemios! con ingeniosas frases de ironía política en la revista Siempre!
Otro fue Nikito Nipongo (Raúl Prieto) quien publicaba en los periódicos UnomasUno, La Jornada, y en Proceso sus famosas “Capsulas”, frases cortas de sabiduría humorística.
Y en un plano más norteño está el filósofo de Güemes con sus máximas que son siempre edificios tautológicos del buen humor.
En el imaginario popular repetir un buen arsenal de frases célebres se asocia con sabiduría.
Le gente suele confundir erudición con enciclopedismo y memorización con agudeza intelectual.
Pero así somos y resulta divertido inventar nuestras propias frases.
Metáforas, ironías, parábolas, hipérboles, anáforas, y sinécdoques para de repente sacarlas de la manga.