En términos estrictamente económicos no hay mucha diferencia entre apostar y comprar un seguro.
Ambas acciones manejan el riesgo, cubren las probabilidades y gestionan la incertidumbre.
Cuando compramos un seguro de vida apostamos en la compañía aseguradora sobre nuestras probabilidades de morir jóvenes y no dejar desamparados a los nuestros.
Cuando compramos un fondo de pensión apostamos sobre la posibilidad de llegar a viejos y no dejarnos pobres nosotros mismos cuando ya no podemos trabajar.
Pero cuando compras un seguro nunca apuestas para ganar.
Apuestas para no perder y por eso debes pagar.
Para que la compañía aseguradora te cubra desde el primer día el riesgo de los enormes costos y gastos que llegan con la muerte, con la enfermedad, con los accidentes o las tragedias.
Una compañía aseguradora debe ser siempre la más sólida de las instituciones financieras y la más conservadora de las compañías inversionistas.
Además debe demostrar esa fortaleza con símbolos de permanencia y de solvencia.
La Torre Latinoamericana en la Ciudad de México y el rascacielos MetLife en Nueva York son edificios sólidamente emblemáticos en su horizonte urbano y fueron propiedad de poderosas compañías aseguradoras.
Los seguros comerciales marítimos existen desde hace cientos de años.
Hubo empresas dedicadas exclusivamente a prestar dinero y a cubrir riesgos de intrépidos navegantes.
Pero la primera compañía de seguros de vida nació en 1774 en una iglesia escocesa.
Fue fundada por dos sacerdotes estudiosos de medicina y de matemáticas.
Se dieron cuenta que si cada feligrés contribuía con una pequeña cantidad dominical a un fondo común y este dinero era celosamente bien invertido podrían cubrirse los gastos de hospital y de funeral de los socios y entregar una cantidad a las viudas.
Tener seguros es bueno.
Mi recomendación es consultar a nuestro agente profesional de seguros mínimo cada seis meses para saber que estamos tranquilos y cubiertos.