La recuperación de las economías latinoamericanas luego de la pandemia de covid-19 ha sido como se esperaba: desigual, lenta e injusta. Para un región que ostenta los niveles de desigualdad más elevados del mundo, el crecimiento promedio de 2.3 por ciento en 2023 no sólo no es suficiente sino que tiene el añejo problema de la mala distribución. Cuando las economías latinoamericanas crecen en proporciones pequeñas, sabemos a ciencia cierta que la riqueza, los ingresos y las buenas oportunidades no llegarán directamente a la gente que más lo necesita, lo cual implica que no habrá cambios sustanciales en los niveles de pobreza.
Dentro del conjunto latinoamericano, Brasil y México se encuentran con buenos resultados en 2023 mientras que, del otro lado, Argentina enfrenta una hiperinflación y se estima que tendrá una caída del 2.5 por ciento en 2023. En el caso mexicano, el crecimiento estimado para 2023 es de 3.2 por ciento, de acuerdo a los cálculos del Fondo Monetario Internacional (FMI). En gran medida este repunte se debe a las inversiones que se están dando como parte del proceso de relocalización de empresas y por la recuperación de la economía de Estados Unidos, que es el principal destino de las exportaciones mexicanas.
Si miramos el conjunto latinoamericano, el panorama es el de economías que crecen a ritmos lentos, en contextos de desigualdad y de más de 200 millones de personas que viven en condiciones de pobreza. Las recuperaciones que se están dando son importantes, aunque sabemos que se necesita mucho más que una buena tasa de crecimiento: hace falta proyección en el tiempo, mejorar la distribución de la riqueza y hacer que retornen los buenos empleos, los buenos salarios y las buenas condiciones que se perdieron desde hace décadas en manos de la precariedad.
La urgencia en América Latina tiene un rostro social. Estamos ante la urgente necesidad de revertir no sólo años de pobreza, de exclusión y de olvido sino de potenciar las posibilidades reales de que la gente pueda vivir mejor. Y eso implica una fuerte apuesta por la educación como factor de desarrollo y como elemento fundamental para disminuir los niveles de inequidad y hacer que millones de personas tengan oportunidades reales. Hay una relación directa entre la calidad de la educación y la movilidad social, es decir, la posibilidad de ascender a mejores niveles sociales y económicos.
Los grandes pendientes latinoamericanos se encuentran en la atención de las urgencias sociales, en campliar el acceso a la educación y en mejorar notablemente la calidad educativa. La salud, el acceso a la vivienda, a empleos bien remunerados y que permitan ingresos suficientes para superar la precariedad, son grandes necesidades por atender y a las que no se puede llegar sin planificación a mediano y largo plazo. Ojalá que más que algunos buenos indicadores, 2024 nos traiga la capacidad de planificar, de construir y de optimizar recursos. Lo demás vendrá por añadidura.