Es verdad que por fin vemos luz al final del túnel con las noticias sobre vacunas y tratamientos. Probablemente las esperanzas de un verdadero control de la pandemia aumenten a la vuelta del año, sobre todo hacia primavera-verano. Pero esto no debe ser excusa para bajar la guardia en este momento. Al contrario: con más certidumbre sobre el futuro, mayor debe ser la motivación para cuidarnos. Ahora ya vemos más claramente la solución, y más o menos sabemos cuándo y cómo va a ser el camino hacia ella, y aunque podrá parecer mucho tiempo para algunos, ya no es algo completamente indefinido y eso debería ayudar.
Desde luego que es inviable e indeseable cerrar por completo la economía (aunque algunos cierres parciales ya están volviendo en ciertas zonas del país, como aquí en Nuevo León); y será muy difícil evitar al 100% las fiestas y reuniones de la época navideña. Pero sí podemos reducirlas significativamente y acatar las estrategias que, ya sabemos bien, funcionan para bajar las probabilidades de contagio masivo. Hay que hacerlo y hay que estar concentrados, que no perdamos la atención al tema. Cuesta trabajo, pero ni hablar, hay que echarle ganas.
Y esto significa, en primer lugar, evitar salir cuando no sea muy necesario, no llevar a cabo posadas y las reuniones familiares tratar de evitarlas. Pero las que sí se realicen deben tener especial cuidado porque ahí es donde muchas veces nos desconcertamos, perdemos la atención y nos confiamos. Que no se nos olvide que son mejores los exteriores, que siempre hay que estar con distancia, el uso de cubrebocas mientras no comamos y que sean tiempos cortos. No solo una medida de las anteriores. Todas. E incluso, si es posible, que todos se hayan hecho una prueba negativa confiable de covid antes de cualquier reunión.
Apunte spiritualis. Pongamos una alarma cada cierto rango de tiempo, si es necesario, para acordarnos de que estamos en pandemia. Nuestro peor enemigo es la falta de atención, el exceso de confianza.