Ningún presidente ha creído o confiado en la prensa que cubre su período. Es más, la borrachera de poder que viven termina por alejarlos de la autocrítica y condenar a cualquier medio que señala sus errores en un vehículo opositor que desea descarrilar a su gobierno.
Hagamos un poco de historia: Telesistema Mexicano tuvo sus roces con Gustavo Díaz Ordaz solo por abrir sus micrófonos a estudiantes que protestaban contra los abusos militares. De hecho, contrario a la versión propagandística del ‘día soleado’ -una falsedad que no se sostiene desde el análisis serio-, Jacobo Zabludovsky fue llamado a explicar por parte de la oficina de la presidencia el por qué había portado una corbata negra la mañana del 3 de octubre de 1968. La piel delgada de Martínez Manatou infería que el conductor del ‘Diario Nescafé’ escogió dicho color como luto por los sucesos de Tlatelolco, cuando la realidad se inclinaba por una explicación filial: Zabludovsky había escogido ese color de corbata por un deceso familiar.
De hecho, Emilio Azcárraga decidió crear la Dirección de Noticieros de TSM a partir de esa cobertura. El ‘Tigre’ decidió que el contenido editorial televisivo no podía estar en manos de los periódicos, que eran los que producían los noticieros de entonces. Meses después del 68, Azcárraga eliminó el ‘Noticiero Excelsior’ y el que tenía Novedades y los sustituyó por una apuesta conducida por Jacobo. Así se creó 24 Horas.
Echeverría usó las últimas semanas de su gobierno para expulsar a Julio Scherer y periodistas que lo acompañaban del Excélsior. La estratagema creada distaba de la censura y usaba notas que salieron en Televisa para justificar el proceder: la Cooperativa del diario estaba en contra de la administración de don Julio y lo único que quedaba era sacarlo. El 8 de julio del 76 lograron su cometido.
Scherer y compañía no se quedaron quietos y crearon en cuestión de meses ‘Proceso’, dolor de cabeza de López Portillo quien controlaba todo desde la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía a cargo de su hermana Margarita. De que tamaño habrá sido la censura que Abel Quezada -el mejor caricaturista que recuerde México- duró horas como director del Canal 13 de televisión. Su discurso de toma de posesión fue tomado de mala forma por la ‘Pésima Musa’, quien lo cesó fulminantemente.
De la Madrid persiguió a la revista Impacto y a algunos conductores de radio de la época, pero la crisis económica y los estragos del temblor del 85 hicieron que surgiera cierto tipo de libertad en el cuadrante.
Salinas no se quedó atrás. Miguel Ángel Granados Chapa la sufrió en carne propia al igual que René Delgado. A Granados Chapa lo corrieron de Núcleo Radio Mil, Delgado aguantó el embate un poco más.
Fox no soportó la crítica de CNI, canal que terminó precipitándose por el boicot comercial y las malas decisiones financieras de Javier Moreno Valle. Al final, Vicente y Marta fueron señalados por José Gutiérrez Vivó de ser artífices de su salida del aire y sus enormes pérdidas a la par de Felipe Calderón.
Carmen Aristegui sufrió dos veces su salida del aire. La primera, por días tras de preguntar al aire si el presidente sufría de alcoholismo luego de la sugerencia en tribuna al respecto por parte de Fernández Noroña. La segunda, luego de la publicación del reportaje sobre la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera.
Y así llegamos a Loret, Trujillo y Latinus. Cada uno de los episodios tiene sus matices y cada personaje tiene sus claroscuros. Muchos pueden ser cuestionados por sus métodos o el rigor en sus investigaciones.
La realidad es que muchos de los señalamientos de cada apuesta editorial están basados en la realidad. La censura del 68 no logró aguantar el juicio histórico donde Díaz Ordaz y Echeverria fueron artífices de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas; Echeverría cometió enormes errores políticos y económicos dentro de su maltratado ego; López Portillo frivolizó las finanzas nacionales en un papel de salvador nacional que terminó en el basurero y el escándalo; De la Madrid estabilizó al país pero quebró al PRI desde la grisura; Salinas dio un salto al presente dejando atrás a la mitad de la población y cuando se dio cuenta del error era demasiado tarde: México estaba incendiado; Zedillo vio todo desde los ojos del tecnócrata helado por los resultados; Fox nunca pudo dejar de ser candidato y responsabilizarse de sus actos; Calderón metió al país en una guerra sin calcular el tamaño del enemigo y los aliados políticos y enemigos mediáticos que tenía, y Peña decidió sacrificar todo -proyecto, partido, poder, futuro- por el latrocinio generalizado y el olvido cuatroteísta.
López Obrador y aliados políticos y propagandísticos perseguirán a sus críticos -algunos probos, otros cuestionables-, pero ellos no le dieron los sobres a sus hermanos, aconsejaron a Ovalle en el desastre que fue Segalmex o le dieron entrada a Amilcar Olán a pingües negocios dentro de esta administración.
La mejor frase sobre la inmunidad al escándalo de cualquier tipo la tiene la publicidad de la página seis del New York Post -dedicada a difundir chismes de la farándula-: ‘Si no quieres salir en la columna, no lo hagas’.
Lástima que esa prueba del ácido no la pase ningún gobernante, ni siquiera López Obrador y sus cercanos.