En recientes entrevistas de Marcela Pámanes y Ramiro Medina he dicho que en el año 2008 experimenté un furor creativo y me puse a ordenar, de manera eremítica, mi colección de palíndromos: labor ardua y que me demandó más de un año de concentración hercúlea, kalimanesca, diría Jorge Rodríguez Pardo.
El resultado es el libro Efímero lloré mi fe, una colección de 26162 anacíclicos ordenados desde la perspectiva alfabética. He dicho, por activa y por pasiva, que no se trata de un libro de lectura lineal sino de un libro de consulta.
Así, por ejemplo, si queremos saber palíndromos que inician con la voz aroma tendríamos “aroma da mora” y “aroma la mora”, entre otros.
En la página 270 de mi Efímero lloré mi fe (libro concebido tras la pérdida de mi madre en el malhadado 2008) aparece el palíndromo “Así reverbero, lloré breve risa” (14614).
Es un palíndromo que no entraña decepción ni fracaso. ¿Por qué? Porque la risa puede ser de gozo, de alegría o, si me apuran, de alacridad (¨”estado de ánimo en que se mezclan la alegría y la animación”: María Moliner).
En días pasados, gracias a los buenos oficios de mi entrañable amigo César Alejandro Quiroz, se inauguró -en la calle Emiliano Zapata de la colonia Fidel Velázquez- una barda donde luce ese palíndromo.
Mi hermano Miguel ilustró la palabra reverberación como eso que ocurre cuando arrojamos una piedra a un lago y surgen las ondas, las ondulaciones.
Yo no sé hasta dónde me llevarán los palíndromos: amistad (la de Luis Eduardo Aute es el mejor ejemplo), flotadores afectivos, cursos, logros, conferencias, talleres...,pero, sobre todo, un afán desmedido por difundir la cultura a tutiplén.
Alguna vez lo dije: la salvación por el palíndromo.
Y no es broma: tengo para mí que uno de mis inolvidables héroes mesiánicos fue mi palindrómico automóvil Civic. ¡Olé!