José Narro Robles puede reagrupar a la corriente del extinto Luis Donaldo Colosio y a otras fuerzas del PRI marginadas o dispersas.
Peña Nieto tomó el control de esa formación un año antes de ocupar la presidencia y nombró a los 10 últimos dirigentes.
Los más nefastos fueron Humberto Moreira y Enrique Ochoa, quien años antes negó pertenecer a ese partido.
Peña y Ochoa sepultaron al PRI, no solo por su desempeño, sino también por despreciar a la ciudadanía, humillar a la militancia, fomentar la corrupción y proteger a los venales.
Por esa razón sorprende cómo, tras la derrota mortal de 2018, el gobernador de Campeche, Alejandro Moreno, pretenda repetir la fórmula de Peña Nieto: apoderarse del PRI con un ejército de mapaches —comandado por Rubén Moreira— para convertirse en candidato presidencial en 2024.
Cual si los agravios y el repudio hacia las siglas tricolores y su significado fueran un recuerdo etéreo, fácil de olvidar; y los errores del presidente López Obrador, el acicate para que los electores vuelvan a ponerse en manos de un partido habituado a mentirse a sí mismo.
Su padrón es un ejemplo: de los 6.7 millones de militantes registrados, solo el 20% (1.3 millones) es válido.
Beatriz Paredes, coetánea de Colosio y formada también en la cultura del esfuerzo, fijó su posición con respecto a la inminente elección priista, en el consejo político del 6 de mayo.
Después de pedir perdón por haber sido presentada como exlíder del PRI y senadora —«la militancia va a decir: “pura pinche cúpula”»—, advirtió que para evitar la polarización y la quiebra del partido debe haber un acuerdo previo entre los aspirantes.
«El PRI está viviendo uno de sus momentos más difíciles (…) de repente las disputas por el poder al interior (…) nos llevan (…) a relegar cuál es la verdadera razón de ser de un partido (…) que se pretende mayoritario».
El mensaje de Paredes a Moreno es rotundo: o la presidencia del PRI o la candidatura presidencial, si acaso llega, no ambas:
«Dije en mi discurso de toma de protesta (como líder nacional) que no aspiraba a ser candidata a presidente de la república y lo cumplí (…) esa fue la piedra angular de la confianza de las corrientes (…).
Tuve que sacrificar lo que hubiese sido una legítima aspiración, por el bien del partido (…)».