El viernes pasado la Cámara de Diputados aprobó el dictamen con proyecto de decreto por el que se expide la Ley de Ingresos de la Federación para 2026. Este proyecto pasará ahora a la Cámara de Senadores para su discusión, análisis y eventual aprobación. En este proyecto se aprobaron aumentos a algunos de los gravámenes conocidos como Impuestos Especiales sobre Producción y Servicios (IEPS). Entre otros, se aprobó un aumento al impuesto a los refrescos, en el cual ya no solo se gravan las bebidas azucaradas, sino también a aquellas que utilizan edulcorantes.
Este gravamen es cuestionable por al menos dos razones. Por un lado, porque grava no solo a las bebidas con contenido calórico, sino también a aquellas que no contienen calorías. Esto es particularmente extraño, porque la primera alternativa para muchas personas que quieren o deben dejar de consumir bebidas azucaradas es transitar a consumir bebidas de las llamadas light. Se ha dicho que estas bebidas no ayudan a bajar de peso y que están asociadas a otros problemas de salud. Aun si eso fuera cierto, la realidad es que este tipo de bebidas no son tan perjudiciales como las bebidas con alto contenido calórico, por lo que no deberían tener un trato similar.
La propuesta inicial era aún peor, ya que gravaba con la misma tasa a ambos tipos de bebidas. Finalmente, la industria llegó a un arreglo con la Secretaría de Salud mediante el cual se acordó dejar un gravamen diferenciado de 3.08 pesos por litro para las bebidas azucaradas y de solo 1.5 pesos por litro para las que utilizan edulcorantes. En cualquier caso, la justificación de la existencia de este gravamen parece ser más de tipo recaudatoria que de una verdadera preocupación por el tema de la salud. Si no, ¿cómo explicar la introducción del impuesto a alternativas claramente menos dañinas que las bebidas azucaradas?
La otra razón por la que es cuestionable este impuesto es por su franca regresividad. La incidencia del impuesto sobre las personas de menores ingresos es ocho veces más alta que para una persona de ingresos altos. Esto se debe a que el 10 por ciento más pobre de la población dedica 2.22 por ciento de su gasto al consumo de refrescos, mientras que el 10 por ciento más rico solo destina el 0.27 por ciento de su ingreso a este producto. Se ha dicho que el impuesto funciona bien. Sin embargo, lo hace de la peor manera posible: empobreciendo más a los más pobres. Esto se debe a que el IEPS a refrescos, al igual que el IVA en alimentos, tiene un carácter marcadamente regresivo. Por lo tanto, no se entiende porque se utiliza uno al mismo tiempo que se sataniza el otro.
Y no, no se crea que esta crítica es una defensa a las refresqueras. No, nada más alejado de eso. Se trata de ser congruentes con algunos principios básicos. Está muy bien tratar de recaudar más con la promesa de aumentar los recursos destinados a la salud. Sin embargo, la pregunta es por qué se considera preferible hacerlo por una vía tan regresiva, en vez de optar por aumentar los impuestos directos (como el Impuesto sobre la Renta), los cuales son de carácter progresivo. ¿En qué momento comenzamos a perder de vista los objetivos fundamentales de la transformación del país?