El resurgimiento del sarampión en México es mucho más que un dato epidemiológico. Es una alerta que expone, con crudeza, los efectos del desmantelamiento progresivo de la política nacional de vacunación. Jalisco, con 127 casos confirmados y una tasa de incidencia de 1.4 por cada 100 mil habitantes, aparece como uno de los estados más afectados, aunque no el único. El dato más revelador, según datos oficiales, es que el 95 por ciento de los pacientes en la entidad no contaba con antecedente de vacunación. Apenas el 4.9 por ciento tenía esquema completo.
A nivel nacional, los números son inquietantes. Más de cinco mil casos confirmados distribuidos en 25 estados, con Chihuahua y Jalisco concentrando más del 90 por ciento. El grupo de edad más afectado en nuestro estado es el de cinco a nueve años. Que una enfermedad prevenible vuelva a golpear a menores es reflejo de un país que ha dejado de priorizar la inmunización infantil.
Desde 2018, México ha enfrentado una caída sostenida en la cobertura de vacunación. El informe WUENIC, publicado por la OMS y UNICEF, muestra que en 2024 más de 400 mil niños no recibieron ni siquiera la primera dosis contra el sarampión. De los que sí la recibieron, siete de cada diez no completaron el esquema con la segunda. En ese mismo año, México fue uno de los nueve países de América que no alcanzaron ni el 80 por ciento en la cobertura de la vacuna DTP, usada como trazador general. Más de 341 mil niños no recibieron ninguna vacuna.
La pandemia de COVID-19 profundizó la desconfianza y potenció la desinformación. El discurso antivacunas, antes marginal, ganó espacios. Las autoridades, en lugar de enfrentar el problema con campañas claras, decidieron minimizarlo. La ausencia de voluntad social terminó por erosionar décadas de avances en salud pública.
El sarampión no volvió por casualidad. Volvió porque se abandonaron las vacunas. Volvió porque se relajó la prevención. Volvió porque se dejó de confiar en la ciencia y se permitió que la desinformación tuviera más eco que la evidencia.
Jalisco es hoy el reflejo de lo que ocurre cuando la salud pública se desatiende. El costo humano de esa omisión ya es evidente. Una respuesta posible es reconstruir una política de vacunación, sólida, sostenida y libre de ambigüedades.