Política

Infoxicados

Vivimos en la paradoja de una era híper informada y profundamente desinformada. Una época donde la abundancia de datos, imágenes, titulares, reels y clips de quince segundos, lejos de iluminar, confunde. Donde lo viral no siempre es veraz, pero sí eficaz. Y donde la sobrecarga informativa, lo que Neil Postman habría llamado “una conversación consigo mismo que se volvió ruido”, está socavando un bien común indispensable. El entendimiento global.

La infoxicación no es solo un concepto disruptivo. Es una condición estructural de nuestra convivencia digital. Si entre el 50 y 60 por ciento de las personas no distingue ya entre hechos y falsedades, como revelan los últimos informes de la Unión Europea y la UNESCO, entonces hemos dejado de compartir una base mínima de realidad. Y sin ese piso compartido, ningún consenso es sostenible, ningún diálogo es productivo, ninguna democracia puede sostenerse a largo plazo.

El problema es más profundo que la mera desinformación. Ya no se trata de censura, sino de confusión. Ya no hablamos de ausencia de información, sino de un estruendo permanente que no nos deja pensar. La fragmentación algorítmica –esa lógica que personaliza los contenidos para reforzar nuestras creencias previas– ha convertido a la esfera pública en una constelación de burbujas. Cada quien con su verdad, su relato, su guerra cultural, su microcosmos curado por plataformas que priorizan el impacto por encima del entendimiento.

Las consecuencias no son abstractas. Son tangibles. Desde el escepticismo frente a las vacunas, hasta el negacionismo climático o el colapso del debate parlamentario, estamos ante una crisis que ya afecta la salud pública, la legitimidad de las instituciones democráticas y la capacidad de tomar decisiones colectivas informadas. La mentira se propaga seis veces más rápido que la verdad en redes sociales, como demostró un estudio de Science. Y lo hace no por su contenido, sino por su capacidad de generar reacciones inmediatas.

En este contexto, la producción audiovisual digital ha acelerado el proceso. El conocimiento ya no entra solo por libros o cátedras. Circula por memes, clips, gifs, podcasts de dos minutos, videos subtitulados, fragmentos de discursos editados para TikTok. Y aunque democratiza voces, también atomiza los significados. Lo que antes era un reportaje hoy se reduce a una “toma impactante”. Lo que era contexto, ahora es apenas “una emoción al vuelo”.

Más grave aún es que los discursos de odio encuentran un campo fértil en este ecosistema. La polarización emocional es rentable. La indignación genera clics. Y los algoritmos, ciegos a la ética, aprenden a mostrar lo que más divide. Así, se instala una maquinaria de segmentación que erosiona las posibilidades del disenso argumentado y del encuentro con el otro.

Por eso, TVMorfosis.com no podía quedarse al margen. En su temporada número cincuenta, bajo el título provocador “Infoxicados”, plantea una reflexión urgente sobre esta nueva arquitectura del estruendo. Ocho programas que interrogan los efectos del exceso informativo en la atención, la memoria, el pensamiento crítico, la deliberación democrática y la gobernabilidad global. Una serie que explora, sin ingenuidades ni alarmismos, el papel de la inteligencia artificial generativa, la viralización emocional, la estética del consumo lúdico y la pedagogía mediática en tiempos donde la verdad compite con la eficacia viral.

No es casualidad que Naciones Unidas haya convocado una Cumbre del Futuro para discutir un nuevo Pacto Digital Global. El desarrollo tecnocientífico –biotecnología, IA, neurociencia, algoritmos de predicción conductual– exige nuevas reglas de juego. Ya no basta con alfabetizar a los usuarios. Urge un marco ético, plural y multilateral que codifique estos entornos, pero sin asfixiar la innovación ni aplastar la libertad de expresión.

Lo que está en juego no es solo la calidad de la información. Es el derecho a comprender el mundo sin intermediarios que nos manipulen. La comunicación pública debe recuperar su función social que es promover el pensamiento complejo, la memoria colectiva y el diálogo informado. Apostar por lo pedagógico, sin renunciar a lo estético. Por la profundidad, sin despreciar la agilidad. Por el matiz, frente a la dictadura del impacto.


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Gabriel Torres Espinoza
  • Gabriel Torres Espinoza
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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