El audiovisual, antes territorio de autoridad informativa, pedagogía social y construcción de certezas colectivas, atraviesa su crisis más profunda. No por falta de audiencias, ni por declive tecnológico. Todo lo contrario. Nunca se consumió tanto contenido audiovisual como hoy. Se mira más, pero se comprende menos. En tiempos de infoxicación, la imagen dejó de ser testimonio para convertirse en espectáculo, y la palabra perdió su vocación de conocimiento para asumir la retórica del juicio instantáneo.
Según el Digital News Report 2025 de Reuters, el consumo de video en redes sociales pasó del 52 al 65 por ciento en solo cinco años, y el consumo audiovisual total ya alcanza el 75 por ciento. Nunca en la historia de la comunicación humana tanta gente se ha informado viendo, y nunca fue tan difícil saber si lo que vemos, es verdadero. Más de la mitad de los consumidores globales (58 por ciento) confiesa que no logra distinguir lo cierto de lo falso, en contenido informativo digital. En África y Estados Unidos, el sentimiento de incertidumbre escala al 73 por ciento. ¿Qué ocurre cuando la sociedad puede mirar, pero no puede creer?
La desinformación encontró en el audiovisual —especialmente en sus formatos breves, emotivos y virales— su aliada perfecta. No requiere contexto, ni fuentes, ni procesos de verificación, solo imágenes impactantes, emociones rápidas y algoritmos eficientes. En este ecosistema, la veracidad es un estorbo. La reflexión, un obstáculo; la duda, una debilidad. Reuters advierte que las fronteras entre periodismo, activismo y propaganda, son cada vez más difusas. Hoy, los emisores más influyentes no son los medios ni los académicos, sino los influencers y los políticos, justamente los más señalados como propagadores de información falsa o engañosa.
La imagen ya no explica la realidad; la reemplaza. El audiovisual mutó de ventana del mundo a fábrica de percepciones. Y el riesgo mayor no es solo ser engañados, sino no darnos cuenta de que lo estamos siendo.
El audiovisual del futuro no será el más visto, sino el más confiable. No el más viral, sino el más verificable. No el que seduzca más emociones, sino el que apele a la inteligencia en la esfera pública.