Tampico /
El desamor nos transforma;
De un viento huracanado, a una suave llovizna. De pupilas inmensas retacadas con fuego, a miradas grises acunando la resignación.
De un sol radiante, a una apacible y tenue luz. De mil vidas que no alcanzan a una que urge acabarse.
De tardes inagotables, a noches sedentarias.
De piel infinita y manos insuficientes, al apenas tenue, tímido, torpe roce de unos dedos.
De mariposas encendidas en la panza, a una parvada de golondrinas tristes.
De un corazón con collar de cascabeles, al manso, básico, mínimo latir del estar vivo.
De amaneceres de ensueño, a molestos gallos rutinarios.
De una fiesta en el cabello suelto a una mirada indiferente.
De un corazón de caballo desbocado, a un desconfiado y precavido trote.
De mil historias que contar a cenas silenciosas.
De vaporosas túnicas, a deshilvanados vestidos.
De gráciles bailes en un mosaico, a una cama que se antoja chica.
De una ducha cantarina y presurosa, a un baño antidepresivo de 2 horas.
De miradas que atraviesan, a ojos somnolientos.
De dedos entrelazados, a manos en las bolsas.
De suspiros estremecedores, a respiración cansada.
De brincos y saltos a pasitos seniles.
Porque un día, de darse, el corazón se cansa…
y el problema ya no es de quién te enamoraste,
sino recordar cómo se le hace para sentir eso.
Porque una tarde no es que el tren ya no retorne;
es que has dejado de acudir al andén.
Porque de pronto una cuenta regresiva ha empezado a sonarte en el pecho.
Y la vida que era una candela se te hace a lo lejos un punto.
El desamor no te avisa que ha llegado, lo notas al comer sin ganas de comer, se te viene encima cono las sombras a la tarde. Y los suspiros se te van haciendo intermitentes. Cada vez más esporádicos. El azul del cielo se vuelve simplemente eso; no más miradas entornadas, no más tu rostro en las nubes. No más tu falda doblando la esquina. No más tu mano y mi mano.
El desamor es la caída libre del salto en el trapecio; la búsqueda de una red que no existe.
Porque un día, simplemente, el motor ya no prende.
Y es cuando te das cuenta del horror y el espanto adentro.
Y decides llamarle a eso... Madurez.
Y es cuando comienzas a creer que estás a salvo.