Imaginemos nuestra comarca hace trescientos años. El Nazas y el Aguanaval funcionaban aún como lo habían hecho en milenios. Arrastraban sedimentos que seguían creando los fértiles suelos aluviales de nuestro gran valle lagunero.
Cuando en la lejana sierra llovía mucho, los ríos se salían de sus cauces y reclamaban sus planicies de inundación.
El nazas estaba poblado por una vida se había adaptado a esos ciclos de abundancia y escasez.
En las aguas del río nadaban nutrias. Había castores, los grandes hidrólogos de los ríos norteamericanos. A principios del otoño los múltiples humedales que se habían formado con las lluvias veraniegas se llenaban de gansos y de grullas.
Los sedimentos que arrastraban los ríos terminaban en las aguas de las lagunas de Mayrán, Viesca y Tlahualilo donde la evaporación de la temporada seca concentraba las sales minerales y formaban poco a poco acuíferos hipersalinos en los sótanos de las lagunas.
Las avenidas periódicas de los ríos introducían más agua al resto de los acuíferos que encontraban en su camino.
Esas mismas avenidas mantenían las aguas salobres de los acuíferos hipersalinos confinadas, arrinconadas.
Los fértiles suelos aluviales y la disponibilidad periódica de agua atrajeron a los agricultores y poco a poco la población de nuestra comarca fue creciendo. La llegada de dos tecnologías fueron claves para alterar este escenario.
La construcción de presas cambió el ciclo hidrológico natural, el ritmo al que la vida se había adaptado a lo largo de millones de años cambió súbitamente para someterse a los caprichos de la economía agrícola industrial de exportación.
La extracción de agua del subsuelo con motores de diesel primero y eléctricos después fue el otro factor de alteración.
La ausencia de avenidas a las lagunas significó el desastre. No sólo se secaron sino que se liberó al acuífero hipersalino de su confinamiento.
Al bajar los niveles freáticos del acuífero que vivía bajo nuestras ciudades, la ponzoña empezó a migrar y a contaminar el agua que bebemos. Así llegamos a nuestra tragedia, provocada por la falta de visión y el exceso de avaricia.
Hoy pretendemos salir de nuestro predicamento con más de lo mismo. Una nueva agresión al Nazas en la forma de un acuífero y una potabilizadora sólo hará las cosas peores.
No solucionaremos nada y nos acercaremos más al abismo. Hay soluciones basadas en la naturaleza que requieren de valor político y verdadero amor a La Laguna y a México.
El Nazas y el Aguanaval deben volver a fluir y las extracciones del acuífero deben limitarse.
¿Se afectarán intereses creados? Por supuesto. Pero la avaricia de unos pocos no debe prevalecer sobre la salud y el bienestar de todos.