En un libro ahora desaparecido del cual nada más circulan referencias y fragmentos, Memorias tardías del escritor oaxaqueño Oseas Oropeza, el autor cuenta la inesperada muerte de su padre cuando era niño. Luego de extenderse sobre la dolorosa pérdida, repara en su propia edad al sucederle, nueve años. “Entonces un extraño consuelo llegó a mí. Entendí que el hecho no era un signo sino un símbolo. Y mi vida en adelante se normó por esa certeza”, escribiría.
A diferencia del signo, que solo se refiere a sí mismo porque es circular y limitado, el símbolo va más allá de lo que muestra. El símbolo ayuda a pensar, es paradigma del ser y posibilita que las cosas existan pues tiene prioridad frente a otras formas de significación.
El símbolo es el más antiguo cantar, afirmará un mitólogo. Y no se puede entender solo racionalmente: logra hacerse cuando la mente, el sentimiento, el instinto y el cuerpo somático entran en consonancia. La recepción del símbolo es su propia realización, no solo un instrumento vinculante entre los hombres, tampoco el mero discurrir de la sociedad, la historia o la cultura. Como el mito, el símbolo es una poética integral.
“Sin saberlo aún me dediqué a reconocer en el símbolo los arquetipos. No hay simbólica sin arte ni arte fuera del símbolo. Por ello tuve tantos problemas. La gente es ignorante y nadie me quería oír”, confesó Oropeza en otro de los pasajes de su libro que un ensayista posterior dice haber conocido. ¿Por qué su edad fue un consuelo aquel día de la catástrofe filial?
El nueve tiene un valor ritual en los escritos homéricos, según los textos que disciernen el sentido de los símbolos. Deméter recorrió el mundo durante nueve días en busca de Perséfone, las nueve musas nacen de Zeus en nueve noches de amor, nueve es la medida de las gestaciones y las búsquedas que fructifican, simboliza la concreción de los esfuerzos y el término de una creación.
Los ángeles están jerarquizados en nueve coros o tres tríadas: tres veces tres representa la perfección de la perfección, el orden en el orden, la unidad en la unidad. Cada mundo se simboliza por un triángulo que abarca el cielo, la tierra, los infiernos. Nueve es la totalidad de los tres mundos. Es el número de las esferas celestes y, simétricamente, de los círculos infernales. El taoísmo alaba los nueve nudos del bambú. Nueve es el número de la plenitud y la novena transmutación es definitiva en las operaciones alquímicas.
En la Divina comedia el nueve representa al cielo y a Beatriz, símbolo del amor. El esoterismo islámico afirma que descender nueve escalones sin caerse prueba haber dominado los sentidos. Corresponde a las aberturas del hombre y sus vías de comunicación con el mundo. Nezahualcóyotl construyó un templo de nueve plantas, como las nueve etapas que debe recorrer el alma para alcanzar el descanso eterno. Entre los mayas el nueve es importante en la magia y la medicina. Para los aztecas encarna un número temible.
Avicena ha escrito que “todo número, sea cual fuere, no es sino el número nueve o su múltiplo más un excedente, pues los signos de los números no tienen más que nueve caracteres y valores como el cero”. La arquitectura cristiana procura expresar el número nueve. “El número nueve concierne a las cosas absolutas”, enseñó Parménides. Litúrgicamente la novena representa la terminación, el ciclo completo. Vishnú se encarna nueve veces para la salvación de los hombres. Jesús es crucificado en la tercera hora, comienza su agonía en la sexta y expira en la novena. Nueve son los meses necesarios para el nacimiento humano. El castigo de los dioses perjuros es permanecer nueve años desterrados del Olimpo.
El nueve abre y concluye la fase de las trasmutaciones al representar el último número del universo manifestado e indicar “el fin de un ciclo, el término de una carrera, el cierre de un anillo”. En él se encuentra la idea de un nacimiento que ha sido una muerte y derivará en una germinación. Número fasto y nefasto a la vez.
La suma del año 2025 es nueve.
No podría hacerse una geopolítica de los números. Y sin embargo, el año comienza con azarosos signos y extraños símbolos a su alrededor.
Un signo: este 20 de enero, cuando Trump tome posesión como presidente, las banderas ondearán a media asta durante una semana. La razón es la reciente muerte del expresidente Carter. Un símbolo: acaso eso anuncia el duelo por el final de una época histórica en la cual la única sabiduría posible resulta la de la incertidumbre, cuando la imperfecta y engañosa —pero al fin insustituible— democracia liberal de Occidente llega a una crisis mayor. Y un autócrata sin escrúpulos morales encabezará un imperio que vive su crepúsculo histórico y donde cualquier cosa puede pasar: el incremento del odio mutuo o la irritabilidad de todos contra todos los demás.
Oseas Oropeza murió en una fecha cuya suma era nueve.