Los cuadernos de Leonardo contienen diagramas de invenciones en estado primitivo, experimental o larvario, tales como el submarino, el helicóptero y un planeador con alas batientes de murciélago.
Asombra que algunas de estas máquinas sirven a la guerra. Tanques, cañones, bayonetas, entre otras invenciones, aparecen en páginas sueltas, acompañadas de anotaciones invertidas que instruyen en su utilización mortífera.
Encontramos el prototipo del tanque de guerra: un carro de altas ruedas, protegido por una armadura similar a la de un platillo volador que, al ir hacia adelante, hacía girar unos engranes de gran tamaño, parecidos al tambor de un revólver.
Adentro, los soldados podían manipular estos dispositivos muy similares a una ametralladora y disparar sin ser vistos.
En realidad, algunos de estos apuntes y diagramas pertenecen a una carta de 1482 que Leonardo dirigió a Ludovico Sforza, el duque de Milán, apodado el Moro por su oscura piel, quien luego se convertiría en el mecenas de Da Vinci.
Leonardo tenía 30 años y hasta ese momento había vivido en Florencia, vinculado al taller de Andrea del Verrocchio, donde se inició como aprendiz en 1469, gracias a la dirección de su padre.
Sintiéndose inconforme en aquella ciudad-Estado, Leonardo empacó sus pertenencias y viajó en caballo a Milán junto con un sirviente llamado Zoroastro, quien luego se atrevería a probar (a escondidas) la máquina voladora con apariencia de murciélago.
Podemos imaginar a Leonardo nutriendo sus expectativas y diseños con historias de violencia, con sueños oscuros y con observaciones detalladas de la naturaleza: un cañón corto y de boca ancha arroja una esfera muy grande, misma que parece estallar en pleno vuelo, liberando una serie de balas más pequeñas, muy similares a las esporas que disemina una flor.
Leonardo, febrilmente, esperaba encumbrarse en el poder para, paradójicamente, alcanzar la autonomía. Su carta a Sforza detalla 10 puntos. El inciso 6 dice:
“También puedo hacer carros blindados, seguros e invulnerables, capaces de penetrar las apretadas filas del enemigo con su artillería. Y no hay compañía de guerra que no puedan romper.
Y detrás de ellos podrá entrar nuestra infantería sin haber recibido ningún daño y sin encontrar ninguna oposición”.
Leonardo nació en 1452, un año después de Cristóbal Colón, quizá el más famoso de aquellos hombres de armas y letras.
Sería difícil conciliar a Leonardo el humanista con su pródiga imaginación bélica.
No obstante, sus notas nos revelan sus secretos e, indiscretamente, sus fantasías.
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