Cultura

La guerra, la ciencia y la vida cotidiana: la navegación (2)*

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  • La guerra, la ciencia y la vida cotidiana: la navegación (2)*
  • Fernando Fabio Sánchez

Casi todos hemos utilizado un GPS. Esta aplicación toma su nombre del Sistema de Posicionamiento Global (por sus siglas en inglés).

Los Estados Unidos desarrollaron este sistema con fines militares. Hoy en día es de uso general.

Un teléfono celular con GPS lanza una señal en forma de circunferencia. Esta serie de círculos o esfera viaja a lo largo del espacio y encuentra la señal de una red de satélites que orbitan la Tierra.

Los satélites de esta red están emitiendo una señal de tiempo y espacio a cada momento. Una base terrestre está captando esta señal.

En total, son 24 satélites que orbitan la Tierra y regresan al mismo lugar exactamente un día más tarde.

Los satélites son un reloj ajustado al movimiento en la Tierra. Son un reloj que indican el tiempo y el espacio.

La base terrestre, entonces, recibe la información de contacto entre nuestro teléfono y los satélites (al menos cuatro de ellos), y completa un triángulo formado por nosotros, el reloj estelar (los satélites) y la base terrestre.

Así se revela nuestra posición en el planeta.

Pero es una posición dentro de una cartografía imaginada.

Es una ubicación en un mapa y en relación con los otros. En la actualidad, experimentamos la existencia en el orden de la representación.

Nuestros ojos poseen un atlas integrado.

Pero el conocimiento y la tecnología que nos permite descubrir nuestro lugar en el mundo fue produciéndose a lo largo de los milenios del homo sapiens.

Los marineros utilizaban las estrellas como referencias, ya que no contaban con señales que indicaran las distancias ni los límites en la plenitud de mar adentro.

Para un marinero, era esencial reconocer a Polaris o la estrella polar, la cual indicaba el norte y cambiaba muy poco su posición a lo largo del año.

Polaris es la punta de la cola de la Osa Menor. No es muy visible.

Muy cerca se hallan las siete estrellas de la Osa Mayor, constelación que parece girar en torno a Polaris y que es muy fácil de identificar por su forma de cazo.

Cuenta Neil deGrasse Tyson que Homero, conocedor de los secretos del mar, narra que Odiseo escuchó de la ninfa Calipso que debía mantenerse a la derecha de la Osa Mayor para llegar a casa, pues la constelación es la “única entre todas que jamás se baña en el mar”.

De esta manera, supo cómo viajar de oeste a este y llegó a Ítaca.

Pero Ulises navegaba el Mediterráneo, un universo marítimo relativamente conocido, con límites de tierra al norte, sur, este y oeste.

Los polinesios en Oceanía, marcaban las rutas por medio de senderos de estrellas. Viajaban de una isla a otra siguiendo las puestas y salidas de un grupo de estrellas elegidas.

Para los vikingos, quienes vivían en altas latitudes, los cielos cambiaban de manera muy drástica con días muy largos en el verano y noches prolongadas en el invierno.

Su referencia era Polaris en el norte. Sabían que bajaban hacia el sur cuando la estrella empezaba a inclinarse en el cielo y otras estrellas podían verse al otro lado.

¿Cómo sucedió la exploración del gran océano, esa aventura que se adentró en un desierto de agua, igual a sí mismo por leguas y más leguas, con cielos diferentes a lo largo de dos estaciones, hacia el lejano, distante y nunca visitado oeste?

Fue un viaje mucho más largo, hacia los confines, en una dirección opuesta a la que Ulises navegó en el mar de Homero.

*Reflexiones sobre “Ciencia y guerra. El pacto oculto entre la astrofísica y la industria militar” (2018) de Neil deGrasse Tyson y Avis Lang.

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