En la nueva redacción del artículo tercero, unas 2 mil palabras mal contadas, hay de todo para todos, y se ha criticado precisamente por eso. Y con razón, o con muchas y diferentes razones. La fracción X, por ejemplo, condiciona el acceso a la educación superior a “los requisitos dispuestos por las instituciones”; se ha exigido que se borre la frase, en la Constitución y en la Ley General de Educación Superior, porque eso confiere a las instituciones “un poder legalizado sobre el ingreso a este nivel”. El argumento es irrebatible. Otra cosa es que haya quienes piensen que así debe ser.
Para abreviar una discusión que sería muy aburrida, habría que empezar por las definiciones. Los que defienden el derecho a la educación (contra el “poder legalizado” de las instituciones) defienden en realidad el derecho a un título universitario: el derecho a la credencial de una universidad (o algo así), una beca y un título. Y es verdad que hay muchos obstáculos para eso. La educación es otra cosa, o podría ser otra cosa. El problema es que no tenemos claro lo que significa la palabra. Nuestros modelos culturales: cantantes, futbolistas, locutores, políticos, no brillan por sus conocimientos ni su cultura ni nada parecido. Por otra parte, para no lastimar la autoestima de nadie, esperamos que en las escuelas se reconozca sobre todo el esfuerzo y no otra cosa.
Es un mundo nuevo. La semana pasada hubo una clase de historia en el sector naval de Champotón, a cargo de la Secretaría de Marina. El tema de la sesión fue “la victoria de Chakán Putum”. Dos docenas de marinos se disfrazaron de mayas, otras dos docenas se disfrazaron de conquistadores españoles, y fingieron que se peleaban en la playa. Para entretener a los más pequeños, el gobernador de Campeche les explicó que “nuestra riqueza patrimonial es parte de una cultura llena de tradición”. Al subsecretario de Marina le tocó la parte teórica: “el pasado se encuentra revestido de valiosas lecciones que constituyen el referente de nuestro presente… las lecciones del pasado nacional son el sustento moral de nuestros actos”. El presidente de Bolivia, que también estaba allí, habló para los de secundaria: “fueron nuestros hermanos indígenas los que aplicaron el moderno concepto de Soberanía, defendiendo su tierra”, y consiguió una moraleja: “Solo la hermandad de nuestros pueblos mantendrá a nuestra América como la región que nuestros héroes la habían concebido, como nuestros hermanos indígenas originarios lo habían concebido”.
Los historiadores se preocupan en vano por el uso político de la historia. Esto es algo distinto, una fantasía gratificante que no tiene nada que ver con lo que haya sucedido en la realidad, un puro juguete. Y a lo mejor los niños se divierten viendo a unos cuantos marinos en taparrabos, otros disfrazados de reyes magos, y juegan a decir chakán putum.
No somos los únicos. La semana pasada se anunció la publicación en Bélgica de una nueva traducción de la Divina Comedia de Dante en la que Mahoma ya no aparece en el infierno. La historia, la literatura, todo puede ser igual de divertido, y para gusto de cualquiera: un juego de felices acrobacias políticas.
Fernando Escalante Gonzalbo