El modo normal de la regeneración es el imperativo: la orden, el decreto, el ucase, porque su ímpetu viene de una imagen de una claridad absoluta, responde a una idea moral que precisamente no admite medias tintas. Regenerar es también purificar, y para eso lo que hace falta es prohibir, erradicar, suprimir, eliminar el mal —para que se imponga el bien. Y en eso no caben los cálculos ni los acomodos. El éxito de la idea de la regeneración resulta de esa simplicidad: acabar con el mal, imponer el bien.
La esperanza de la regeneración permite un discurso subversivo muy eficaz, pero no puede ser un programa de gobierno, porque para gobernar es necesario transigir con la realidad. Y eso es inaceptable: la realidad es el obstáculo que hace falta remover. Mejor dicho, la realidad es el problema.
Eso explica la radical ambivalencia del regeneracionismo con respecto al Estado: quieren el poder del Estado, las leyes, el presupuesto, la burocracia, pero detestan al Estado, y sobre todo detestan a la burocracia. Días atrás, el diputado Porfirio Muñoz Ledo publicó una diatriba contra la burocracia (ineficiente, inmoral, inútil, obesa) con un título de humor infantil: El elefante reumático; en el texto es más agresivo, se refiere a la “hidra burocrática”, y hay que suponer que se piensa como Hércules, de modo que lo que corresponde es decapitarla.
En realidad, lo que estorba para la regeneración no son los burócratas, sino la sociedad mexicana. Eso que ven los regeneracionistas cuando denuncian los malos hábitos de la burocracia (lenta, opaca, de funcionamiento confuso, lleno de excepciones), eso es la sociedad mexicana, es su manera de relacionarse con las normas, con las instituciones públicas. El Estado, tal como efectivamente existe, no lo hicieron las élites, no lo administran los burócratas. El Estado lo hace la gente, todos los días. Y si estorba a los políticos, sobre todo a los políticos entusiastas, es a propósito: tiene derivas monstruosas porque la sociedad es monstruosa.
Basta para entenderlo el sobrio realismo del subsecretario de Salud, cuando explicó por qué no se impondría de manera obligatoria el uso de cubrebocas: “eso, dijo, en un país que ha sido asolado por abusos de autoridad, por actos de violación de los derechos humanos… puede resultar en enorme riesgo de que se vuelva a abusar de los derechos humanos”. Tiene toda la razón, eso sucede con todas las leyes en México. Es el toque de clarín del regeneracionismo escéptico, o el regeneracionismo resignado. Porque dice que desde el poder Ejecutivo federal ellos no controlan realmente ni a la burocracia ni a la policía. Por eso prefiere limitarse al exhorto, para no alimentar a los otros poderes que se reproducen a la sombra de las leyes.
La alternativa es el Ejército, porque es la institución que tiene más afinidad con el modo imperativo. El Ejército no transige, no negocia, no admite excepciones (eso en teoría, por supuesto). Y por eso es la opción preferida del regeneracionismo entusiasta, porque el Ejército precisamente no es burocracia —hasta que se le encomiendan tareas burocráticas.